Ta ibili munduan

Aquí está nuestro final de viaje panameño

Ya estamos en Panamá City y de momento no tenemos ni idea de lo que vamos a hacer estos días. Así que después del desayuno nos vamos a buscar una oficina de turismo. No es fácil de encontrar ya que no está señalizada. Está dentro de un gran edificio en el que no habríamos entrado si no fuera porque Google Maps nos lo indicaba. Dentro nos atiende un amable señor que nos da distintas opciones.

Le vamos a hacer caso y vamos a empezar por la Calzada Amador. Son tres islas unidas por carretera y una muy cerca de la otra como para ir andando. Nos acercamos allí en taxi y, después de un minipaseo, nos parece una magnífica idea alquilar una bici para tres.

En la bici pedalean 2 y la tercera disfruta (como puede) del paseo. Por lo que vamos rotando. Aunque nada más subirnos en la bici nos damos cuenta de que va más lento de lo que pensábamos. Ponemos música en el móvil y vamos cantando y bailando durante el paseo.

Ha dado juego durante un rato, pero toca devolverlo e irnos andando hasta el casco viejo. De camino probamos unos raspados. Se trata de llenar un vaso con hielo picado y echarle líquidos con sabor a frutas. Todo muy “natural”, pegajoso y pringoso.

Después de más de media hora andando decidimos tomar un uber hasta el Mercado de Mariscos. Nos lo han recomendado y todavía no hemos probado la langosta. Es ahora o nunca. Tenemos que aprovechar que es más barato que en casa.

Nos ponemos las botas y lo alargamos tanto que no nos queda tiempo para volver al hotel a darnos un baño. Toca ducharse para irnos corriendo. ¡Tenemos un escape room reservado! ¡Sorpresa!

No es un gran escape room. Nos ha sorprendido la forma de entrar. Creo que nunca nos había tocado hacer algo así. Pero todo lo demás está bastante mal. Había mecanismos rotos, la forma de dar las pistas era horrible, no estaba trabajado y nada tenía sentido. Es una pena que no haya ningún escape room más por aquí para quitarnos del mal sabor de boca. ¡Qué mala sensación!

Solamente se puede solucionar esto comiendo y bebiendo. Necesitamos algo diferente y acabamos con unos nachos acompañados de unos mojitos de maracuyá. ¡Están riquísimos! Aún y todo, nos ponemos de mala leche a cada segundo que recordamos el escape room.

Segundo día en la ciudad y volvemos a huir al monte. Nos vamos de paseo a Gamboa, dentro del Parque Nacional Soberanía. No parece ser complicado el camino, lo que parece complicado es llegar hasta allí. Vamos a la estación de autobuses y, después de preguntar a distintas personas, acabamos colándonos en la zona de los autobuses sin pagar. No os hacéis a la idea de lo desesperante que fue para que llegáramos a ese punto.

Dentro de la estación de autobuses:
– El autobús sale a las 10.
– No, espera, que igual sale a las 12.
– No, tranquilas, saldrá a las 10.
– No, no se vayan, saldrá dentro de poco.

Definitivamente no estamos hechas para este ritmo caribeño. Decidimos que un uber nos compensa y llegaremos más rápido. Efectivamente, así es a pesar de la terrible carretera que tenemos que cruzar para llegar al punto de inicio del sendero.

El paseo es sencillo, no tiene demasiada pendiente, se pueden ver muchos pájaros, insectos y demás amigos que pueden andar por allí sin que nos los imaginemos. Pero lo mejor de todo es cuando Jara consigue ver un oso hormiguero. A lo lejos, en un gran árbol caído, quitándole la corteza, ahí está nuestro amigo el oso.

Después de un buen rato observándolo, seguimos adelante. No nos cruzamos con nadie en todo el paseo. Absolutamente nadie. Estamos solas, tanto a la ida como a la vuelta.

Nada más regresar al punto de salida decidimos hacer autostop hasta que pase el autobús, por si de repente alguien, no muy bien de la cabeza, se apiada de nosotras y nos recoge. Estamos bajo la lluvia, mojadas, y lo último que esperamos es que un alma caritativa pare y nos lleve en su coche.

¡Pues vamos a tener suerte! Paran dos chicos, a los que les hemos debido de dar mucha pena, los cuales nos cuentan que a partir de las 14:30 ya no pasan buses por ahí. Son las 16:00. Hemos tenido muchísima suerte de que nos recogieran. Nos acercan hasta un paso por el que transitan muchos autobuses hacia Ciudad de Panamá.

Es tarde, las cinco y media de la tarde, y todavía no hemos comido. Nos acercamos al casco viejo y acabamos en el restaurante más turístico que podríamos encontrar. Los decorados, las mesas, los precios… Todo está preparado para dejar sin un duro a los turistas. A pesar de ello, estaba todo muy bueno.

No salimos muy contentas de allí, ya que al pagar con tarjeta queremos dejar el 10% de propina y al camarero le sale de los coj… cobrar el 15% por su cara bonita. Horrible el detalle. Nos vamos enfadadas y cansadas a descansar al hotel.

Y para darle un toque de emoción a nuestro viaje nos levantamos con ganas de alquilar un coche por un día. Visto que los autobuses no son nada puntuales y encima terminan pronto, para hacer el plan que queremos tenemos que buscarnos la vida. Pero no estamos dispuestas a conducir un coche en plena ciudad con el caos que se ve en las carreteras. ¿Qué podemos hacer? Alquilarlo directamente en el aeropuerto y así evitamos toda la zona centro. ¿No es una magnifica idea?

Pues ahí que nos plantamos, en el aeropuerto, queriendo alquilar un coche a las 10 de la mañana para devolverlo a las 8 de la tarde. ¡Y encima aquí son automáticos! Nada de marchas. De hecho puede que nos resulte hasta más fácil.

De camino a nuestro destino, paramos en la Esclusa Pedro Miguel. Debe ser que el Canal de Panamá está cerrado para turistas, pero desde esa esclusa es posible ver pasar algún barco. Y venir a Panamá y no ver el canal… ¡Vaya desastre!

Aún y todo, no hay manera. No hay forma de acercarse ni un poquito y la única opción es verlo desde lejos. Pero tenemos tan buena suerte que no pasa ni un barco grande. Vemos pasar uno minúsculo y, a pesar de nuestro intento fallido por convencer al de seguridad de que nos dejara pasar, tenemos que irnos tal cual hemos venido.

¡Que no decaiga! Que nos vamos a visitar Portobelo. De nuevo, se trata de un pueblo muy pequeño que fue, ya que ahora está medio muerto, un importante puerto y que conserva las ruinas de las fortificaciones que antaño protegieron la ciudad. Como he dicho, está prácticamente abandonado.

Dada la hora a la que llegamos, antes del paseo decidimos comer algo. Aunque de mala gana, nos sirven un par de platos y podemos reponer fuerzas para visitar el pequeño pueblo.

Ahora que somos independientes podemos parar con el coche en la playa que nos apetezca. Buscamos la más cercana y nos plantamos en Playa Langosta (o Playa La Angosta, depende a quién preguntes o el cartel que veas). A la entrada nos cobran $2 en vez de $4 ya que es tarde y no tenemos mucho tiempo para disfrutar de la playa. Aunque, a decir verdad, teníamos hora y media para estar allí, lo cual es suficiente para nosotras.

Ya solo quedan dos horas de vuelta en coche para dejarlo en el aeropuerto y coger un taxi hasta en casco viejo. La verdad que la experiencia de conducir por Panamá no ha sido tan mala como me podía imaginar.

Estamos cansadas y, a pesar de escuchar bares con música y bailoteo, cenamos y nos vamos al hotel a descansar.

Sábado por la mañana toca PCR antes del vuelo de mañana y después poner rumbo al casco viejo para hacer un free tour. No es ni de lejos el mejor free tour que hayamos hecho. Y aguantamos estoicamente el calor abrasador mientras el guía da su charla. En cuanto nos mete en una iglesia es cuando aprovechamos a hacerle preguntas solo por no salir de allí.

Después de hora y media larga (el tour se supone que era de dos horas y media) terminamos y nos vamos a buscar un sitio para comer. Nos gustaría probar algún rooftop y ya que sabemos que en el hotel Selina hay, vamos directas para no dar muchas vueltas.

Es una pena que no nos hayamos traído el bañador, ya que hay piscina y estaría genial bañarse. Hace muchísimo calor y se nos hace bastante insoportable. ¡Necesitamos un baño! Pero como no tenemos nada encima, rápidamente cogemos un uber para volver al hotel y darnos un chapuzón.

Toca prepararnos para salir. El objetivo es cenar y encontrar algún bar para bailar un rato. Mucho no puede ser ya que el toque de queda es a las 12. En el hotel nos recomiendan el barrio de San Francisco para cenar. De camino, el mismo taxista nos deja en un restaurante que puede estar bien.

Se llama The Yard y tiene unos cócteles con muy buena pinta. Así que allá vamos: hamburguesa y cóctel por cabeza. ¡La noche tiene que empezar bien!

La verdad que no tenemos ni idea de a dónde ir. Y nos dejamos llevar por nuestro gran instinto: ¡Volvamos al casco viejo! ¡Ayer había ambiente! Justo donde nos deja el taxi hay una discoteca, pero nos hacemos de rogar y vamos al de al lado. A 4 pasos más adelante. ¡Qué sabremos nosotras para andar así por la vida!

Después de unos 15 minutos rogando que nos dejaran entrar, entre los seguratas, unos chicos de fuera y nuestras caras de pena, el dueño nos deja pasar. ¡Hemos planchado!

Allí nos encontramos, con la gente repartida por mesas y haciéndonos amigas de unas chicas con las que compartimos mesa. La verdad que hay una en concreto que lo está dando todo y claramente es a la que nos vamos arrimando. Después de tomar dos copas llega el drama. Son las 22:30 y nos cierran la discoteca. ¡Esto no ha sido suficiente para nosotras! ¡Todavía podemos aprovechar más la noche!

Giramos la esquina y nos dejamos llevar por la música que escuchamos en otro bar. Claramente ése es nuestro nuevo destino. Además, no nos ponen ningún problema para entrar. Se acerca una camarera y, como si de una ganga se tratara, nos ofrece un cubo de seis cervezas. Nos sale mucho mejor que pedir copas. Así que le decimos que sí y, en lo que tarda la camarera en pedirlo en barra, empieza a salir poco a poco la gente del bar. ¿Están cerrando y no nos hemos enterado? ¿Qué está pasando?

Intentamos explicarle a la camarera que, ya que no hay nadie en el bar, no queremos las cervezas. A pesar de que no hay ni una abierta, dice que ya no puede devolverlas. ¡Tiene que ser broma!

Solamente nos tomamos tres cervezas y guardamos el resto en la mochila. En realidad es hora de coger un taxi y volver al hotel. Pero nuestro cuerpo pide marcha y no podemos terminar así. Al llegar al hotel nos entran ganas de darnos un baño en la piscina. Tenemos una cerveza cada una para tomarnos allí y creemos que podemos colarnos en la piscina sin problema. ¿Resultado? Obviamente nos bañamos, nos tomamos la cerveza, robamos unas toallas para secarnos y subimos corriendo a la habitación, como si no hubiera nadie en recepción que nos hubiera visto y como si no hubiera cámaras por todas partes. Pero… ¿A quién le importa? ¡Que mañana nos vamos!

Es nuestro último día. A la noche volaremos y volveremos a casa. Por eso tenemos que aprovechar al máximo cada minuto, empezando por arrasar en el buffet del desayuno y saliendo tarde hacia Panamá La Vieja. Nos da pena dejar la habitación pero tenemos que movernos.

Panamá La Vieja es una zona de ruinas. Aquí se empezó a construir la ciudad de Panamá aunque, tras un ataque del pirata Henry Morgan, solo quedan las ruinas.

Subimos a la torre que queda todavía en pie y visitamos el museo (muy interesante) donde puede verse la historia de Panamá. A pesar de no querer salir del museo (ya que tiene aire acondicionado), toca salir a visitar las ruinas y sacar unas fotos. Hace un calor insoportable. Menos mal que estamos en invierno.

Decidimos volver al barrio de San Francisco para comer ya que nos gustó mucho la zona. Y por cambiar de aires nos decantamos por comer sushi. ¡Seguimos sin salir de arroz! Por alguna razón no podemos escapar de él.

Tenemos ganas de volver al hotel para disfrutar de la piscina por última vez. Pero antes necesitamos algo dulce.

Cuando ya no hay más sitio en nuestra tripa, es momento de pegarnos un baño y relajarnos antes de coger el avión. Quedan muchas horas por delante para estar metidas en un avión. Así que bañador y… ¡Al agua patos!

Volvemos a robar toallas, porque antes que coger la nuestra y llevarla mojada de vuelta a casa, preferimos coger cualquier toalla que pillamos por allí.

Nos cambiamos de ropa, recogemos todo y cogemos nuestro último uber para ir al aeropuerto. Llegamos con mucho tiempo de sobra: el aeropuerto es pequeño, no hay mucha gente y, por lo tanto, no hay muchas colas.

Del cansancio nos cuesta aguantar hasta que nos dan la cena. Pero en cuanto recogen todo nos dormimos y amanecemos a hora y media de aterrizar. Así ya se puede viajar.

Ha sido otro gran viaje, con todo lo bueno y todo lo malo (pequeños despistes y algún otro susto), otro más para la lista y otro más para recordar. ¡Ha vuelto ha ser un placer chicas! Hasta la… ¿próxima?

Un comentario en «Aquí está nuestro final de viaje panameño»

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial