Antes de empezar con la segunda publicación del viaje, tengo que comentar que no llevo bien lo del portugués. Puede ser que viniese con una idea preconcebida de que iba a ser fácil, pero la realidad es que no les entiendo nada. Con alguna persona puede resultar algo más sencillo, pero en general no hay manera.
Aún y todo, también tengo que decir que nos ha sorprendido lo amable que es la gente con nosotras. Al pedir ayuda se esfuerzan mucho para que los entendamos, pero incluso cuando no lo pedimos y nos ven perdidas o que necesitamos ayuda, siempre se acerca alguien para echarnos un cable. En ese sentido estamos encantadas.
Pero vamos a lo que vamos, que es a hablar de nuestro paso por Rio de Janeiro. Para llegar cogimos un avión desde Sao Paulo, que a pesar de retrasarse una hora, hemos llegado muy rápido.
Nada más salir del avión, buscamos el metro para llegar hasta nuestro hotel en la mismísima playa de Copacabana. Puede parecer algo sencillo, sin embargo, nos resulta más complicado de lo normal. Para empezar porque tenemos que comprar unas tarjetas para el metro y no sabemos ni cómo comprarlas ni cuánto tenemos que recargarlas. Vuelta para aquí y vuelta para allá y después de un buen rato, por fin llegamos a nuestro destino.
El hotel es impresionante, pero son las tres y media de la tarde y todavía no hemos comido. Preguntamos por algún restaurante cercano que nos puedan recomendar y nos vamos directas al primero que comentan: Barraca do Chiquita. Visto desde fuera ya tiene pinta de ser bastante turístico y no muy barato. Pero no estamos para perder el tiempo. Una vez dentro nos parece un sitio todavía más raro de lo que se podía apreciar a primera vista, pero la comida no está mal y con el hambre que tenemos nos vale cualquier cosa.
Ya estamos preparadas para ver qué nos depara Río, concretamente la esperada y deseada Copacabana. Una playa infinita por la que pensamos dar un largo paseo sin preocuparnos por nada más que escuchar como rompen las olas en la orilla. Tenemos toda la tarde libre para eso.
Empezamos a andar exactamente a las 17:08. Damos dos pasos por la playa y a las 17:12 ya nos están ofreciendo caipiriñas. No nos parece mala idea ir paseando tranquilamente por la orilla con nuestro maravilloso coctel. La estampa es todavía más idílica de lo que podíamos imaginar. El problema es que no sabemos cómo ni en qué momento nos han engañado pero terminamos con cinco copas en lugar de tres.
Muertas de la risa y de la vergüenza pensamos que lo mejor es sentarse y beberlas tranquilamente ante de seguir paseando. Literal que seguimos en frente de nuestro hotel. ¿ Está ocurriendo esto de verdad? Nos han timado nada más pisar la playa. Aunque a decir verdad las caipiriñas están muy ricas.
Nada más sentarnos, al ir a hacernos una foto, tiramos una de las caipiriñas encima de la toalla y ya tenemos una menos. De todas formas nos sigue sobrando una. Pero el destino nos tiene preparado un buen plan para colocar esa cuarta caipiriña. Y pasados unos 5 minutos más se acercan dos chicos pidiéndonos una foto. Enseguida les animamos a sentarse y tomarse esa caipiriña que nos sobra.
Tenemos dudas de si son pareja entre ellos pero no hay confianza todavía como para preguntarlo. La tarde que se nos viene tiene pinta de que va a ser muy divertida mientras estamos ahí sentados los cinco. Empiezan ofreciéndonos hacernos unas trenzas en el pelo. A continuación nos intentan vender chicles y caramelos. Para seguir con un chico que vende algodón de azúcar. Nos ofrecen fiestas en barcos e incluso un masaje ahí mismo. El mismo que hace masajes nos ofrece flores (refiriéndose a cogollos de marihuana). El siguiente vende anacardos pero también nos ofrece cocaína.
Puede parecer de película, pero así ha sido. Y debo de decir que en ningún momento ninguno de todos ellos ha sido pesado ni ha insistido para vendernos nada. Simplemente nos entraba la risa y esperábamos a ver qué nos seguían ofreciendo.
Cuando ya hemos tenido suficiente, decidimos movernos y quedamos con los dos chicos, Jubal y Sacha, para vernos más tarde y tomar algo juntos. Nos damos unas duchas frías, ya que nos pasamos el día sudando, y nos acercamos a un sitio que nos han recomendado, el Bip Bip. Nada más llegar nos sentamos en la mesa larga que hay en la terraza y un señor sentado en su mesita fuera del bar nos pregunta que a qué estamos esperando, que no hay servicio de terraza y que ya podemos movernos si queremos tomar algo. Así que entramos a por unas cervezas y él desde su mesa apunta lo que hemos cogido.
Como no hemos cenado y hay una pizzería al lado que tiene muy buena pinta, le preguntamos si podemos traernos una para cenarla en su terraza. Y efectivamente, al hombre le da igual lo que hagamos, solo que no quiere que luego echemos las sobras en su basura. Con que nos lo llevemos le es suficiente. Un poco surrealista todo, teniendo en cuenta que además la mesa es comunitaria y según viene más gente hay que ir recolocándose en las sillas para que todos nos podamos sentar.
Cuando llegan nuestros amigos ya no queda sitio. Decidimos terminar lo que habíamos pedido y nos movemos a otro bar a tomar una cerveza con ellos. Allí se disipan nuestras dudas al preguntarles directamente si son pareja. Efectivamente lo son, pero tienen una relación abierta a pesar de que uno de ellos no parece muy convencido de serlo.
Después de un rato decidimos movernos a un bar que les han recomendado en Ipanema, llamado Lou Lou y nos damos un paseo hasta allí. En cuanto llegamos ya nos damos cuenta del ambiente que se cuece allí.
Nos sientan a los cinco en unos sofás junto a tres mexicanos. Son todos muy simpáticos. Dos de ellos son pareja y también tienen una relación abierta, que ahora mismo debe ser lo más normal entre ellos.
Ahora es cuando empieza la fiesta de cócteles, fotos, videos, risas, bailes, postureo máximo… Una locura. La verdad que para el miedo que le podíamos tener a salir de fiesta por Brasil, este ambiente es de lo más relajado. Y son todos un auténtico amor.
Cuando llega el momento de pedir la cuenta no queremos ni imaginarnos lo que nos va a tocar pagar. Pero al final no nos parece tan excesivo como podía haber sido. Estamos muy arriba y no queremos que la fiesta decaiga. Nos vamos con nuestro nuevo grupo de amigos a una discoteca en la que, obviamente, el ambiente no cambia demasiado. Solamente es incluir varios travestis al ambiente en el que ya nos movíamos y listo. Bailamos y lo damos todo hasta que le cuerpo nos dice basta.
Todavía no conocemos Rio de Janeiro y ya estamos de resaca. Ha salido el sol y lo único que nos apetece es tirarnos un rato en la piscina. Vamos a por unos zumos y unos sandwiches de desayuno y nos dejamos caer en las tumbonas. Las vistas desde la piscina del hotel son una auténtica pasada.
Al mediodía, sin complicarnos demasiado la vida, nos vamos a por otros sandwiches al mismo sitio del desayuno y compramos unos botellines de agua. Una vez que reponemos fuerzas, es hora de subir al Cristo Redentor.
Como no tenemos demasiado tiempo, decidimos coger un taxi. No se cómo lo hacemos para la suerte que tenemos, pero elegimos el taxi con el conductor más loco de todo Rio de Janeiro. Para empezar busca en su playlist una de Canciones Españolas de los 80. Una fantasía ir en el taxi cantanco “y nos dieron las 10 y las 11…” de Joaquín Sabina. A mi me cuentan esto antes de llegar a Río y no me lo creo.
Pero lo más extraño no es eso, sino cuando, antes de entrar en un túnel, pide que pongamos el móvil a grabar. Según entramos al túnel, enciende una luces de discoteca y se motiva a cantar y bailar él sólo mientras pone música típica del Carnaval de Rio.
Por fin llegamos al tren para subir al Cristo Redentor. El trayecto no es muy largo y pensábamos que las vistas serían mejores. Pero una vez arriba todo cambia. Las vistas son increíbles y el Cristo Redentor mucho más grande de lo que podíamos haber pensado. Eso si, está lleno de gente intentando sacar fotos desde ángulos imposibles.
Mientras nosotras también nos dedicamos a sacar infinitas fotos, aparecen unos monos muy graciosos. Echamos un buen rato allí y volvemos a bajar en el tren.
Volvemos a coger otro taxi de vuelta a casa y, cómo no, nos tenía que tocar otro loco. En este caso nada de luces y fiesta, ahora es un kamikaze que se salta los semáforos y no respeta el espacio vital entre coches, también llamado distancia de seguridad. Eso si, llegamos bastante más rápido de lo que esperábamos.
Estamos cansadas y no hemos comido nada de fundamento. Así que a las 18:00 nos vemos cenando. Probamos un sitio que tiene muy buena pinta y así nos lo cobran. Más caro que el restaurante megaturístico del día anterior. Pero cenamos muy bien.
No estamos para mucha fiesta y decidimos irnos a dar un paseo por el mercadillo con unos helado caseros que compramos en el mismo puesto que los sandwiches de la mañana. Nos van a hacer VIP en este sitio.
Para las 22:00 estamos todas metidas en la cama, roncando y soñando con la lluvia que dan para mañana.
Diez horas nos sirven para recuperar el cansancio acumulado desde el comienzo del viaje y estamos de nuevo con fuerzas para seguir visitando Rio. Nos desayunamos unas tostas muy potentes que más que pan con queso son queso con un poco de pan y un huevo encima. Acompañado de un capuchino que me sabe a gloria.
Aprovechando que todavía no llueve nos damos un paseo por la orilla de la playa en Copacabana hasta llegar a Ipanema. De camino entre Abi y Tania van salvando peces que se quedan varados en la arena. Con alguno tenemos dudas, pero algún otro ha salido vivo gracias a ellas. Uno de los que no tenía salvación era un pez globo.
Nada más llegar a Ipanema, nos sacamos cuatro fotos, nos sentamos en la arena y… ¡Empieza a llover! No es demasiado, por lo que volvemos camino atrás sin problema mojándonos un poquito. Nada más llegar al hotel nos cambiamos de ropa y nos vamos a hacer un tour por la favela Rocinha.
El tour en sí no tiene mucho misterio y el mismo guía nos lo deja bien claro: nos meten miedo con el “peligro” que supone entrar en una favela y luego montan un tour por una de ellas. Así nos sacan el dinero. Y viendo el tipo de favela a la que nos llevan, nos damos cuenta de que cualquiera puede venir a pasear por aquí sin ningún tour y sin ningún miedo.
La sensación es de que el guía quiere conseguir que cambiemos nuestro punto de vista sobre las favelas, pero sin duda habrá favelas en las que no deberíamos entrar ni de lejos. Y en la que estamos no es una de ellas. Tienen sus casas, obviamente sin lujos, tiendas, restaurantes, bancos, servicio de basuras, colegio… ¡Incluso nutricionista!Todo tipo de facilidades. La verdad es que no es lo que me esperaba.
Hay varias zonas distintas por las que paseamos. La zona más cercana a la carretera es la mejor de ellas. La segunda zona se cruza callejeando un poco más pero no es tan oscura como la tercera zona. Esa si que tiene callejones muy estrechos por los que no entra prácticamente nada de luz.
De vuelta nos dejan frente al hotel, pero no hemos comido nada y vamos directas a un restaurante que nos recomiendan una pareja de Barcelona que estaban con nosotros en el tour.
Se nos ha hecho bastante tarde y tenemos que ir a prepararnos que nos toca noche de karaoke. Nos damos una ducha, nos arreglamos, calentamos la voz y nada más salir por la puerta del hotel vemos que está cayendo el diluvio universal.
No tenemos muchas ganas de mojarnos y pedimos un taxi a la puerta del hotel. Como unas reinas. Lo que no esperábamos es que el taxi no iba a pasar hasta donde teníamos que ir porque la calle estaba inundada. Nos deja una calle más atrás y se queda tan tranquilo. Evidentemente ni podemos pasar por la calle inundada hasta las aceras y nos toca dar toda la vuelta a la manzana bajo la lluvia.
Una vez pasadas por agua gracias al taxista, nos juntamos con Sacha y Jubal y nos tomamos un par de cervezas en un bar en el que el reggaeton estaba tan alto que casi ni podíamos hablar.
Parece que llueve menos y decidimos acercarnos al karaoke. El bar está bien y seguimos pidiendo cervezas mientras intentamos encontrar alguna canción en castellano. No entendemos ni conocemos ninguna de todas las canciones en portugués que están cantando.
Pasa un rato hasta que conocemos a Amine. Un chico francés que viaja solo y también es homosexual. Estamos rodeadas últimamente. Pero está muy loco y nos reímos mucho con él. Se une a nuestra mesa y empezamos a pedir alguna canción en inglés con él. Hay que decir que de seis personas que estábamos en nuestra mesa, tres de ellas cantan muy bien, y yo no soy una de ellas.
Después de dejarnos la voz, terminar cantando y bailando una de los Backstreet Boys con medio bar dándolo todo y disfrutar de varias personas con muy buena onda que andaban por allí, nos pedimos un taxi de vuelta al hotel.
Amanecemos con algo más de energía que otros días ya que nos vamos adaptando mejor al horario y cogemos un autobús en dirección al Pan de Azúcar. Antes de montar en el funicular para disfrutar de nuevas vistas sobre la ciudad de Rio de Janeiro, desayunamos en un pequeño bar árabe y nos ponemos en marcha.
Nos dejamos medio riñón pagando las entradas del teleférico para que no valga para nada la pena. Ni las vistas ni el viaje en teleférico superan al día que fuimos a ver el Cristo Redentor y disfrutamos de unas vistas impresionantes.
La única parte emocionante de esto es que durante te todo el trayecto me voy acordando del capítulo de Los Simpson en el que viajan a Rio y secuestran a Homer en un taxi ilegal. Cuando los atracadores le devuelven con su familia, el intercambio lo hacen en este mismo teleférico. ¡Y me muero de la emoción!
Bajamos sin perder mucho tiempo y nos vamos hacia la zona del Centro Histórico, empezando por la Escalera de Selarón. Aquí no puede haber más gente y resulta bastante complicado hacerse una foto decente. Pero intento tras intento algo decente va saliendo y para celebrarlo nos pedimos unas caipiriñas. Siendo sinceros las escaleras son muy bonitas, pero con tanta gente es complicado disfrutarlo.
Seguimos andando por esta zona, recorremos varias calles hasta llegar a los Arcos de Lapa y, tras cruzarlos, buscamos un restaurante barato para comer. Por suerte encontramos un buffet en el que te pesan el plato y pagas en función de eso. Y es genial, porque así podemos comer lo que queramos pero con medida y resulta muy barato.
De camino al Teatro Municipal, pasamos por la Catedral de Rio de Janeiro. Vista desde fuera puede que sea el edificio más feo de todo el país. Es más, ni una foto le he hecho. La cosa cambia al entrar dentro. Se podría decir que es curiosa.
Seguimos nuestro camino por calles que dan bastante pena. Suponemos que por la hora que es, la gente no anda mucho por la calle y solamente quedan los indigentes en algunas esquinas y parques. Aunque todo está cerca y llegamos bastante rápido al teatro. Este edificio si que es muy fotografiable.
Antes de darnos la vuelta para casa, pasamos por la Confitería Colombo, ya que debe ser muy famosa. Pero después de hacer una larga cola para entrar, no nos parece que nada de lo que vemos en la vitrina merezca la pena y salimos tal como hemos entrado. Con las manos vacías.
Lo que queda de tarde la vamos a pasar tranquilamente, que mañana toca coger el coche de alquiler y tenemos que estar bien despiertas. Así que descansamos un poco en el hotel, más tarde damos un paseo por el mercadillo (una vez más sin comprar nada) y nos vamos a cenar una pizza. Para terminar con un helado mientras paseamos por Copacabana por última vez y nos vamos a descansar.
Deseadnos suerte con el coche de alquiler. Visto el tráfico, la necesitaremos.
Ze Ondo zaudete!!! Seguir aprovechando!!!