Amanecemos por última vez en Río y de camino a la empresa donde hemos alquilado el coche para los próximos días, aprovechamos para desayunar algo. No es de los mejores desayunos que hemos tenido durante el viaje, pero tampoco es tan terrible.
No tenemos muy clara la dirección dónde se encuentra el coche de alquiler y, tras preguntar varias veces y alejarnos de la zona en la que pensábamos que estaba, por fin llegamos. Y para no variar, como suele ocurrir con las empresas de alquiler de coches, siempre hay alguna sorpresa/imprevisto de último momento. Cuando lo contratamos, elegimos la opción de tener WIFI en el coche y de hecho en la factura que ellos nos sacan está incluido (con su precio y todo). El único “problemita” es que no tienen y se justifican diciendo que lo entregan según disponibilidad. Pero si lo hemos contratado no entendemos que no haya disponibilidad.
Después de discutir un buen rato, nos descuentan del precio el WIFI y nos dan un GPS a cambio, por las molestias. No estamos nada de acuerdo con lo que han hecho pero no podemos perder más tiempo. Cogemos el coche, recogemos las maletas en el hotel y nos vamos en dirección al Parque Nacional de Tijuca.
No tenemos demasiado tiempo para recorrer el parque ya que hay que llegar al siguiente destino con tiempo. Así que vamos con el coche parando en diferentes puntos. Es todo lo contrario a lo que nos habríamos imaginado, pero no hay tiempo, lo vamos a hacer todo en coche.
Empezamos por una cascada enorme que vemos desde la carretera, nos acercamos a un pequeño lago, buscamos unas grutas por un pequeño sendero y encontramos un mirador con una vista panorámica preciosa.
No podemos hacer ninguno de los senderos que vienen marcados por falta de tiempo, pero el sitio tiene muy buena pinta.
No puedo seguir contando nuestras aventuras sin mencionar que puede que sea el país en el que más me están gustando los paisajes mientras vamos conduciendo por la carretera. Todo el verde. Las plantas se comen los edificios y cubren los cables que cuelgan por cualquier lado. Me parece una maravilla. Ahí queda dicho.
Después de un largo camino en coche y parar por el camino a comer, llegamos a Angra dos Reis. Un pueblo de la costa muy pequeño desde el cuál tenemos que coger una lancha para llegar a Isla Grande. Dejamos el coche aparcado en el mismo puerto cruzando los dedos para que cuando volvamos dentro de dos días siga tal y como lo hemos dejado.
Con nuestras maletas y mochilas nos subimos a la lancha y en media hora estamos llegando a Isla Grande. Todos los bares, terrazas y tiendas tienen todo muy bien iluminado y tenemos muchas ganas de empezar a conocer la islita.
Buscamos nuestro alojamiento para dejar todas nuestras cosas e irnos a dar ese ansiado paseo. El alojamiento tiene lo justo para pasar estos días. Nada que ver con el anterior hotel a orillas de Copacabana, pero suficiente. ¡Vamos a conocer la isla!
De todas maneras, puede que sea muy bonita la isla, pero el pueblo es muy pequeño y no da para mucho. Son cuatro calles, literal. Es de noche y no hay mucha cosa que podamos hacer. Por lo que irremediablemente y en contra de nuestra voluntad nos sentamos a tomar unas caipiriñas. ¡Y qué ricas están!
Mientras nos las bebemos, decidimos cuál de los tour queremos hacer al día siguiente, lo dejamos reservado y nos va entrando el hambre. Hay varias opciones pero los crepes ganan al resto de calle. Con su nutella y rodajitas de plántano. ¡Qué bueno! No es que sea muy Brasileño pero nos sabe a gloria. Con la tripa llena de chocolate nos vamos a dormir para poder aprovechar el día de tour.
Nos metemos a la cama escuchando algunas gotas de lluvia caer sobre el tejado. ¿No será verdad que puede que nos haga malo mañana durante el tour por islas paradisiacas? Le quitaría todo el encanto a decir verdad. ¡Qué faena!
Amanecemos mirando por la ventana y pensando en nuestra cabeza “tierra trágame”. Efectivamente llueve y nos da todo el bajón. Descargamos y miramos varias aplicaciones con la esperanza de que alguna de ellas nos diga que el tiempo mejorará durante el día sin mucha suerte. Toca ponerse en marcha y ver qué nos depara el destino.
Llegamos a la oficina donde reservamos el tour y nos indican dónde podemos alquilar el equipo para hacer snorkel. Si no vamos a poder tirarnos en la playa, por lo menos nadaremos entre peces.
Cuando estamos todos listos nos vamos un grupo de 13 personas en una lancha rápida en dirección a la Playa Dentista. En ese momento no llueve pero si que está bastante nublado. Desde la lancha nos piden que saltemos al agua para llegar hasta la playa. No apetece demasiado, hace fresco y una hora ahí puede hacerse eterna. Entre que el agua no está tan fría, entre foto y foto y paseos por la orilla, se pasa muy rápido. Y siendo sinceras, la playa es muy bonita. Lo sería más si nos hiciese sol, pero está bien.
La siguiente “playa” no tiene arena: Playa Piedad. Poco a poco de va despejando el cielo, pero barajando las posibilidades que tenemos, sacamos las gafas y las aletas para hacer snorkel. Al no haber mucha luz por la falta de sol, no se ve absolutamente nada. Pero seguimos con los ánimo bien arriba y hasta nos hacemos varias fotos.
¡Qué mala suerte hemos tenido con el día! Piensan dejarnos ahora en Playa Botinas para hacer snorkel, pero no lo vemos muy claro. Hasta que llegamos y el sitio es ideal, sale el sol y se ven muchos peces. Además, cuando hemos alquilado el equipo de snorkel nos han dado varias bolsas con comida para peces. Y realmente funciona, porque se nos acercan muchísimos y como locos. ¡Qué pasada!
Durante el trayecto a la última playa, nos pasan una carta de un restaurante para ir pidiendo y así nada mas llegar tenerlo listo. Nos dejamos recomendar por una pareja argentina que está en nuestro grupo y así no tenemos ni que pensar. Esperemos que esté rico.
Y llegamos a la última playa: Playa Cataguases. Aquí si estamos como en el paraíso. Un sol espléndido, un paisaje espectacular y tranquilidad. Una hora que se nos queda corta. Aprovechamos para hacer muchas fotos y darnos algo de crema de sol. Que con la tontería al final nos quemaremos.
Pasada una hora, nos llevan a comer y acabamos de queso hasta arriba. Nos va a salir por las orejas. No está mal el plato que nos han recomendado, pero llena muchísimos y lleva demasiado queso.
Nada más terminar de comer nos recogen para llevarnos de vuelta a Isla Grande. La ducha nos sienta de maravilla y aprovechamos para quedarnos tiradas un buen rato. Estamos bastante cansadas.
Con las pilas a media carga, nos vamos a dar un mini paseo, ya que esto no es muy grande y no da para más, y nos sentamos a picar algo. Una ensalada y unos calamares fritos acompañados de una caipiriña bien fresquita. ¡Cómo nos están gustando!
Dormimos pensado en todas las dudas que tenemos sobre el plan del siguiente día. Pero dejemos que todo fluya y que ocurra lo que tenga que ocurrir.
Amanecemos y vemos que el tiempo no ha mejorado demasiado. La conclusión es que debemos irnos de esta isla cuanto antes. Nos quedamos con las ganas de ver alguna playa, pero hacer el esfuerzo para no disfrutarla con buen tiempo no merece la pena. Desayunamos y nos vamos a coger el primer ferry que pasa.
Esperamos llegar de vuelta a Angra dos Reis y que nuestro coche siga ahí, donde lo dejamos. Y ahí está, junto al GPS que nos han dejado. ¿Sabéis cuánto lo vamos a usar? Ya os lo digo yo: ¡nada! No funciona bien, es una mierda y no conseguimos que nos lleve a ningún sitio.
Daremos gracias infinitas al MAPS.ME que nos lleva a cualquier sitio sin tener conexión a internet. Es lo mejor que tengo para viajar. Y así hacemos durante dos largas horas: conducir dejandonos guiar por una aplicación hasta llega a la zona de Paraty, concretamente la playa de Jabacuara.
Allí montamos en campamento base, en la terraza de un bar en la playa, pidiendo cerveza tras cerveza, una rica ensalada y una especie de croquetas raras. Todo nos parece mejor solo por la diferencia de estar bajo los rayos de sol.
A media tarde toca moverse para visitar la zona antigua de Paraty. Es el típico pueblo de revista, con casas muy cuidadas, muchas tiendas pequeñitas y muy bien iluminado todo. Damos un paseo entre calles y sobre las 19:00 ya estamos buscando un sitio para cenar. Todos los días anochece para las 17:30. Se nos hacen largos los días y a las siete de la tarde con los oscuro que está todo nos parece que fueran las nueve por lo menos.
Nos cenamos una lasaña vegetal y una pizza entre las tres. En la playa nos habían recomendado este sitio y no es nada del otro mundo. Nos sirve para llenarnos la tripa y poder seguir nuestro camino.
Éramos conscientes cuando aparcamos que había que poner OTA, pero ya se nos había olvidado. Al volver al coche vemos que nos han puesto una multa. La guardamos y ya miraremos más tarde cómo podemos pagarla. ¡Vaya jetas que somos!
Ponemos rumbo a Trinidad, un pueblo en la costa que únicamente tiene una carretera para llegar. Se nos ha hecho de noche y no se ve prácticamente nada. Vamos con cuidado y despacio para no tener sustos. Hasta que, estando a tres minutos de llegar, la carretera es imposible de pasar. Eso es lo que pensamos en un primer momento, pero mirándolo desde fuera y sabiendo que no hay más caminos para llegar, decidimos atrevernos e intentar cruzarlo.
Encontrar el hotel no resulta difícil, pero si que nos cuesta encontrar la recepción. No vemos nada, encontramos muchas cabañas pero ninguna es la que queremos. Hasta que de una de ellas sale un chico y nos dice que sigamos subiendo el caminito hasta la recepción.
Nos llevan hasta nuestra cabaña y nos vamos enseguida a dormir. Mañana hay que aprovechar el día a tope.
Por la mañana todo se ve más bonito: un camino de piedra que lleva a cada una de las cabañas, rodeado de plantas y flores, palmeras y árboles varios… Y todo mejora aún más cuando vemos el desayuno. ¿Qué locura es esta? Todo tiene muy buena pinta y por eso aprovechamos para ponernos las botas. Puede que haya sido el mejor desayuno de todo el viaje.
Y la mejor parte del desayuno es que le preguntamos a la señora que nos atiende por la multa que nos han puesto. Y nos dice que es un aviso, que no hace falta que paguemos nada. Que tiremos el papel y sigamos siendo felices. ¡Qué alegría!
Recogemos nuestras cosas de la habitación pero dejamos el coche donde está y nos vamos a pasar el día en Trinidad. Y empezamos fuerte, ya que vamos a “la pedra que engole”. El camino empieza en la playa y sube entre la selva hasta llegar a una gran roca. Eso si, esta vez tengo escarpines y no voy a tener ningún problema con hacerme daño o arrancarme una uña del pie. Esta vez está todo controlado. No como el veranos pasado. (Esta es una referencia para los que se acuerden de lo que me pasó en Panamá).
Abi es la más atrevida de todas, eso queda claro desde el momento en que es la primera en meterse por el agujero de la piedra. La Pedra que Engole es un agujero en una gran roca por el que puedes tirarte y salir por el otro lado de la roca. A Tania y a mi nos cuesta un poco más animarnos, pero al final nos animamos las tres. Y la verdad que luego es una tontería, no es para tanto. Pero da un poco de impresión el no saber por dónde te va a llevar.
Deshacemos el camino andado para ir a descansar un rato a la playa. En este caso vamos a la de Cachadaço. Allí nos damos bien de crema y solo queda dar vuelta y vuelta en la toalla, leer un poco y darnos unos baños.
Aprovechamos para comer ahí mismo, en un chiringuito de la playa. Barato no es, pero este sí que merece la pena. Nos sirven un buen puchero con verduras cocinado con agua de coco que no puede estar más rico. Por descontado que viene acompañado de arroz y farofa. Este segundo lo hemos conocido aquí y no nos termina de encantar pero tampoco nos disgusta. Es una especie de arenilla que se mezcla con la comida y le da un toque crujiente.
Para bajar la comida decidimos acercarnos a unas piscinas naturales que hay muy cerquita. Volvemos a ponernos los escarpines y allá vamos, a cruzar la selva de nuevo. Aunque este camino no es tan sencillo como el que nos llevaba hasta la Pedra que Engole. Aquí hay algún desprendimiento del camino y algo de barro. Pero nada nos impide llegar hasta las piscinas naturales. Nos damos un baño rápido y volvemos antes de que anochezca, para no tener problemas con el camino de vuelta.
De regreso al coche, recogemos todo y nos ponemos en camino hacia Ubatuba. La carretera no es mala y en aproximadamente una hora llegamos. Pero el alojamiento está más escondido de lo que podíamos pensar y nos cuenta un poco encontrarlo.
Tendemos toda nuestra ropa de la playa, lavamos algo de ropa, vamos a cenar algo y aprovechamos para ver un poco la tele antes de dormirnos. Tenemos Youtube en la tele así que aprovechamos para ver el capítulo de hace dos semanas de el Conquis, que teníamos muchas ganas.
Y poco a poco van quedando menos días. Esperamos poder seguir aprovechando la playa los días que nos quedan.
Q guay!!!! A seguir disfrutando chicas!!!! 😘