Ta ibili munduan

Últimos rayos de sol brasileño

En nuestra última etapa en Brasil nos despertamos en Ubatuba con ganas de disfrutar de sus playas. Comenzando por un buen desayuno antes de dirigirnos hacia Itamambuca. Pensábamos que en este alojamiento teníamos el desayuno incluido. Pero por alguna razón no lo miramos bien y nos ha tocado buscar algún sitio cercano. Nos sale muy barato y está muy rico.

No son más de 15 minutos en coche para llegar a otra inmensa playa, por la que hay kilómetros para pasear. Solo que parece más tiempo por culpa de los baches de la carretera. Uno tras otro. ¡Qué pasada!

Una vez en la playa, nos tiramos un buen rato hasta que la mañana empieza a torcerse. Se acercan las nubes amenazando con cubrir el cielo por completo. La temperatura no es nada mala, hace calor, pero según se va nublando cada vez más, ya no apetece tanto bañarse.

Sin pensarlo demasiado cambiamos de playa con la esperanza de que las nubes vayan alejándose poco a poco. Llegamos a Playa Vermelha do Norte en la que nos echamos una buena siesta a la sombra de las nubes. No tiene pinta de que el día vaya a levantar. Y no tenemos gran cosa que hacer. Encima es el típico día nublado que no nos damos bien de crema y acabamos quemadas.

Decidimos volver a Ubatuba. Por suerte este no es un pueblo tan pequeño como otros por los que hemos pasado. De camino al centro comemos algo y después nos acercamos al mercadillo para ver si vamos haciendo alguna compra y así llevar algún recuerdo del viaje.

Parece que por la hora que es no hay demasiada vida aún y nos recomiendan volver algo más tarde, cuando la mayoría de los puestos estén abiertos. Aún y todo cerca del mercado hay muchas tiendas y aprovechamos para buscar algunas Havaianas (chanclas) que estén baratas. No tiene nada que ver con el precio que pagamos en Donosti. Aquí si que están baratas.

Como tenemos tiempo hasta que volvamos al mercadillo, aprovechamos para pasar a por unas chaquetas por nuestro alojamiento. No es que haga mucho frío, pero cuando anochece hay ratos en lo que se agradece ponerte algo encima.

Sin perder mucho tiempo volvemos a salir directas y convencidas a comprar algo de recuerdo. La verdad que no encontramos demasiada cosa. Es una pena, pero no resulta demasiado productivo.

Justo al lado hay una especie de tipo Feria de la Cerveza. Un concierto y millones de puestos en los que venden carne. Mucha carne. Diferentes tipos: pollo, costilla, cerdos enteros a los que les van quitando cachos poco a poco. No estamos muy en la onda y justo antes de acercarnos ya nos hemos comido un churro relleno de dulce de leche. Muy potente pero rico. Así que solamente nos pedimos una cerveza y nos sentamos en un pequeño muro. Nos viene todo el humo de una de las barbacoas que tenemos en frente. De aquí salimos con un olor en la ropa… Que nos acordaremos de la maldita barbacoa.

No tardamos en movernos. Justo lo necesario para beber la cerveza que nos hemos pedido cada una y listo. Nos parece rarísimo que haya tanta gente siendo miércoles, pero hay muy buen ambiente. Y, cuando creíamos que nuestro día había terminado y de camino al coche, vemos unas barracas. No podemos resistirnos y sin pensarlo mucho nos compramos unos tickets para una de las atracciones. El típico martillo que da vueltas.

Con el churro relleno por un lado, la cerveza dando vueltas por otro y cansadas, nos vamos a dormir. Pero no sin antes vernos el último capítulo del Conquis que nos queda. Ya estamos al día. No me voy a comer más spoilers en Instagram. ¡Qué alivio!

Al amanecer brilla el sol en el cielo y se atisba un día fantástico de playa en playa. Cogemos el coche y desayunamos de camino a Praia Grande. Paramos en la primera cafetería que vemos de camino y seguimos con nuestro camino. Desde luego que este no será uno de nuestros mejores desayunos durante el viaje, pero sirve para ponernos las pilas por la mañana.

Al ir a aparcar ya se puede intuir cómo va a estar la playa. Es día festivo (por eso había tanto ambiente ayer) y vemos muchas familias y grupos de amigos llegar a la playa con sus neveras y comida para pasar el día. Algo que no falta tampoco son los altavoces con música a tope. Dejamos el coche cerca y vamos a ver qué tal se está en la playa.

La playa está llena de gente, con sus toldos, sillas, neveras… Echamos un vistazo y cuatro fotos y nos vamos tal y como hemos llegado. Hay ambiente y tiene buena pinta, pero no es lo que estamos buscando. Queremos algo más tranquilo, poder tirarnos en la arena a tomar el sol y leer escuchando cómo rompen las olas en la orilla.

Volvemos a meternos en el coche para dirigirnos a Playa Lázaro. Es una playa infinita (una más) por la que aprovechamos para andar ya que han aparecido algunas nubes y no podemos tumbarnos al sol. La temperatura es buena, pero preferiríamos un sol resplandeciente en el cielo.

Llegamos a cruzar andando hasta la Playa de Sununga en la que hay una pequeña cueva, llamada la Cueva que Llora. Nos sentamos en la arena y aprovechamos para seguir leyendo un rato. La lectura es algo que nos está acompañando mucho en este viaje. También intentamos bañarnos, pero está complicado con las olas que hay y no hacemos muchos intentos después de una ola que nos da varias vueltas a lo loco.

Se ha vuelvo a nublar. A pasado exactamente lo mismo que ayer. Y tiene pinta de que no le va a dar la vuelta. ¿En serio vamos a pasar así los últimos días? Antes de meternos en el coche y seguir nuestro camino, decidimos picar algo de pescado rebozado acompañado de unas caipiriñas.

Vaya espectáculo montamos cuando empiezan a aparecer las abejas. Por cada sorbo de caipiriña nos levantamos de un brinco y salimos corriendo. Empezamos con una sola abeja rondándonos y se van acercando cada vez más. La gente nos mira, se ríen y se lo pasan en grande mirándonos. Para nosotras no es tan divertido y en cuanto terminamos lo que pensábamos que iba a ser una comida de diez en la arena, salimos por patas y nos metemos en el coche. La teoría nos la sabemos. Somos conscientes de que si no les hacemos nada a las abejas, ellas no nos van a hacer nada. Pero ya se estaba poniendo bastante pesadas.

Camino a Maresias, nuestro último destino, sale el sol. Volantazo y freno de mano, sin pensarlo. Paramos de manera radical en la playa que nos ha pillado: Playa Capricornio. No hay nadie, es muy tranquila y nos echamos una buena siesta al sol. Necesitábamos estos ratos así. ¡Qué bien estamos!

Al llegar al hotel nos preparamos para salir a cenar. Es pronto, pero es el horario que manejamos últimamente. Encontramos un bar en el que tienen hamburguesas vegetarianas para Tania y Abi y no les damos prácticamente tiempo ni a montar las mesas cuando ya estamos sentadas en una y pidiendo. Pedimos una hamburguesa por cabeza acompañadas de una ración de patatas fritas y aros de cebolla. Obviamente somos incapaces de terminar todo. ¡Qué dolor de tripa!

Son aproximadamente las 21:00 y estamos dirección al hotel para tirarnos en la cama y en cuanto cerramos el ojo nos dormirnos. ¿Qué nos está pasando? Si acaso alguna aprovecha para leer un poco antes de apagar las luces y dormir placenteramente con la tripa bien llena.

Por la mañana tenemos ganas de aprovechar la piscina del hotel, que está muy mona, y por eso vamos en la primera tanda de desayunos, a las 8:00. Según terminamos ya estamos en bañador tumbadas cada una en nuestra tumbona.

Con algo de miedo, el sol va saliendo tímidamente entre las nubes. Cruzamos los dedos para que en nuestro último día el cielo quede despejado y nos podamos broncear (algunos dicen quemar) algo más.

Y así es, las nubes se van apartando para dejar finalmente paso al cielo azul. Nos damos bien de crema y cuando llega la hora del check out nos volvemos a dar más crema para irnos directas a la playa.

Hace un día espectacular y estamos muy relajadas en la arena. El cuerpo nos pide acción y decidimos a lo loco alquilar durante media hora dos tablas de surf. Las olas no son demasiado fuertes y parece que más o menos podemos hacer algo.

¡Menos mal que solo ha sido media hora! Será la falta de costumbre, el calor que hace o que andábamos muy tiradas, pero le damos bien de caña a esa larga media hora y acabamos cansadas.

Seguimos un buen rato tiradas en la arena hasta la hora de comer. Que en lugar de hacerlo en los millones de sitios que hay en la playa (que serán más caros) nos adentramos una calle atrás y encontramos un sitio perfecto. Uno de esos self-service que pagas en función de lo que pese cada plato. Aquí parece que se lleva mucho ese estilo de buffet.

Sin perder mucho tiempo volvemos a la playa. Nos ha gustado mucho Maresias. Aunque haya mucho hoteles en primera linea de playa, se está muy tranquilo y hay muy buen ambiente.

Pero todo lo bueno se acaba y a media tarde debemos abandonar la playa para conducir tres horas hasta Sao Paulo. Dormiremos al lado del aeropuerto para no tener problemas por la mañana y andar sin prisas. (Al volver a leer esto antes de publicarlo me ha entrado la risa. Más adelante entenderéis porqué).

La carretera es un horror. Ciclistas y peatones sin ningún tipo de iluminación en los arcenes, coches que adelantan como quieren, boquetes en la carretera que cuesta intuir desde lejos…

Paramos antes de llegar al hotel para cenar algo y cuando llegamos lo primero que hacemos es empezar a preparar las maletas. Hay que meter todo de nuevo dentro y parece que nos vayan a estallar las maletas.

Con todo listo, desayunamos en el buffet del hotel y nos llevamos (robamos) unos plátanos para media mañana. Esto de toda la vida se ha llamado aprovechar bien el desayuno y estoy segura de que todos lo hemos hecho alguna vez.

Vamos con tiempo al aeropuerto sin saber lo que nos deparaba en unos minutos. Devolvemos el coche de alquiler sin problema y nos acercan a nuestra terminal.

Antes de nada, dar un aplauso a Tania, que ha hecho de conductora durante una semana, que lo ha hecho genial y lo único que hemos hecho Abi y yo es ir de copilotos dando indicaciones. Es un esfuerzo de la leche y se agradece un montón. ¡Eskerrik asko!

Y ahora viene el momento más crítico del viaje. Llegamos a la ventanilla de Iberia para facturar las maletas y que nos dieran nuestras tarjetas de embarque y resulta que Abi y yo no podemos volar. Desde Iberia nos dicen que hablemos con Latam para solucionarlo, ya que lo compramos a ellos y el vuelo simplemente es operado por Iberia.

Con muchos nervios en el cuerpo nos acercamos a Latam y nos atiende una chica sin ningún tipo de corazón ni expresión en la cara. Directamente, sin anestesia, nos dice que nuestro vuelo salió la noche anterior y que tendremos que comprar otro si queremos volar. Aquí es cuando empezamos a perder un poco los papeles. A mi esto no me ha pasado nunca, pero después de enseñarle los emails donde nos cancelaron el vuelo que efectivamente habíamos comprado para la noche anterior, nos enviaron los datos del nuevo vuelo. Tras varios minutos de decirnos que ella no puede hacer nada, llama a Iberia y nos saca finalmente los billetes.

Soltamos un par de lágrimas por la tensión del momento y nos vamos con nuestro billetes a Iberia. Por segunda vez, no podíamos esperar lo que iba a pasar. En Iberia dicen que los de Latam sin preguntar nos han adjudicado dos sitios en el vuelo, pero ese vuelo va lleno. ¡No tenemos sitio en el vuelo que supuestamente teníamos que volver!

Latam echa la culpa a Iberia, Iberia echa la culpa a Latam y así podríamos estar horas. Pero ya no tenemos margen. Necesitamos una solución antes de que salga el vuelo. En Latam dicen que nos reubican en un vuelo el domingo por la noche, en el que no llegaríamos para trabajar el lunes y en Iberia nos ofrecen esperar hasta el cierre de facturación y ver si falta alguien para que nos coloquen en sus asientos. Todo nos parece una broma muy macabra pero seguimos sin soluciones reales.

Mientras hablamos con unos y con otros voy entrando continuamente en la aplicación de Iberia para ver si consigo hacer el check in online. Hace días no nos daba opción y ahora tampoco, se bloquea continuamente. Y yo sin perder la esperanza, poco a poco voy avanzando pantalla tras pantalla. Sin que nadie nos diera ningún tipo de solución, consigo desde la aplicación que nos asignen unos asientos y me lo manden por email. Ahí es donde ya no pueden decirnos nada y nos facturan las maletas y sacan nuestras tarjetas de embarque.

Han sido momentos muy tensos pensando que no íbamos a volar. Cada vez lo veíamos más complicado y se nos iba acabando el tiempo. Por suerte para nosotras todo ha terminado genial y vamos a poder volar en nuestro horario previsto. ¡Qué ganas de llegar a casa!

Quitando este susto final, mi valoración del viaje es muy positiva. Brasil me ha encantado. Probablemente iba con muchos prejuicios y miedos que estando allí se me han olvidado. No me ha parecido un país peligroso e inseguro como nos lo pintan y la gente que nos hemos cruzado no ha podido ser más amable. En la carretera no hemos tenido ningún problema y los bichos nos han comido enteras, pero eso me ocurre en prácticamente todos los viajes. Así que todo bien. Sin duda volveré, pero no será en verano. Si me ha parecido que ahora mismo, en otoño, hacía mucho calor, no me lo quiero imaginar en verano.

Lo he disfrutado muchos, chicas. ¡Mil gracias!

2 comentarios en «Últimos rayos de sol brasileño»

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Social media & sharing icons powered by UltimatelySocial