Amanecemos en el Marriott con unas vistas espectaculares al canal y nos preparamos nuestro rico desayuno en la habitación. Así seguimos disfrutando de las vistas, cuando de repente toca la puerta el servicio de habitaciones y les abro la puerta. Me preguntan si necesito algo y les digo que no. Procuro no abrir mucho la puerta de la habitación, para empezar porque estamos desayunando, y para continuar porque hemos lavado ropa a mano y tenemos la habitación a modo de tenderete. Con un tono sospechoso me dice que quizás quiera algo más tarde. Claramente le digo que no y cierro la puerta. Esto no me había pasado nunca. Nos echamos unas risas, terminamos el desayuno y nos ponemos en marcha.
Cogemos el coche, como de costumbre, más tarde de lo que tenemos puesto la OTA, ya que nos gusta vivir al límite. Y, como de costumbre, no nos han puesto multa, o eso pensamos. Solo esperamos que no sea todo digital y que no nos llegue nunca ninguna multa.
Y para nuestro último día de coche nos vamos a visitar un par de castillos, empezando por el Castillo de Kronborg. Es una pena que media fachada esté de obras, pero por dentro está genial. En varias salas tienen personas disfrazadas que interactúan con los niños, en otras juegos tipo puzzles, una pluma para escribir como antaño o probar a andar con zancos.
La verdad que nos gusta mucho. Pero vamos un tanto a contrareloj. Si no espabilamos, no nos va a dar tiempo a visitar el otro castillo. Aquí te cierran todo a las cinco de la tarde y se quedan tranquilísimos. Hacemos una parada rápida por un supermercado para comprar pan y nos hacemos unos bocatas para comer antes de entrar al castillo de Frederiksborg.
Este castillo lo vemos algo más rápido que el anterior. Por fuera este nos gusta mucho más y por dentro damos una vuelta intentando seguir las flechas. Pero vamos con prisa y si nos perdemos algo no pasa nada. Nos da pena que no nos dé tiempo de bajar a los sótanos, pero es que para las cinco menos diez ya nos están casi echando de allí. Dentro del castillo ya no podemos estar, pero todavía podemos recorrer los jardines que lo rodean.
Sin mucho margen, ya que hemos tenido que poner OTA para aparcar fuera del castillo, es hora de poner rumbo al aeropuerto y entregar el coche, enfrentándonos a mostrar el “golpecito” que le hemos hecho de la manera más tonta. Tenemos dudas sobre el seguro que hemos contratado, que es a todo riesgo aunque no estamos del todo tranquilas. El problema es que la chica que nos entregó el coche fue un tanto borde y no nos dio demasiadas explicaciones. No sabemos si tiene algo de franquicia o si en cambio podemos estar tranquilas. El contrato de alquiler tampoco lo entendemos del todo.
No podemos hacer nada más que entregar el coche y ver qué nos dicen. Y por suerte no nos dicen nada. Ni lo mencionan. Lo vamos a celebrar yendo a cenar un día fuera. ¡Estamos de subidón! Aunque el día de cenar fuera no será hoy, ya que hace malo y nos vamos a cenar unos noodles en la habitación del hotel, de esos que solo con echarles un poco de agua hirviendo los tienes hechos. Y casualmente tenemos un hervidor de esos en la habitación.
Salimos del aeropuerto, cogemos un tren que nos deja muy cerquita del hotel y nada más llegar al hotel nos llevamos una gran sorpresa. ¡No nos han hecho la habitación! Estamos en un hotel de cinco estrellas y no nos han hecho la habitación. Enseguida lo unimos con lo ocurrido a la mañana, pero en ningún momento nos dijeron si queríamos que nos hicieran la habitación. ¡Las preguntas eran muy confusas!
Para no venirnos abajo escuchamos un nuevo capítulo del Caso 63. Estamos ya en la segunda temporada y no podemos aguantar ni un segundo más sin escucharlo hasta el final. Además, aprovechamos para hacer una videollamada con Vero, Ainhoa y Eli y contarnos cada una como nos van las vacaciones. Nos cenamos los noodles, nos damos unas duchas y nos acostamos en nuestras megacamas. Es una maravilla dormir aquí.
Por la mañana volvemos a desayunar en la habitación nuestro estupendo “buffet” compuesto por un yogur con cereales y fresas troceadas, un vaso de zumo, un café frío y unas galletas. Completísimo para todo lo que podemos hacer en una habitación de hotel. Además, nos lo tomamos tranquilamente ya que no tenemos prisa.
Salimos del hotel para ir directas al punto de encuentro del free tour que tenemos contratado para esta mañana. Nos ha tocado sacar algo de dinero en el cajero ya que sino no podemos darle nada a la guía del free tour.
El free tour dura tres largas horas en las que recorremos el centro de Copenhague y Laura (la guía) nos cuenta parte de la historia de Dinamarca. En un fugaz descanso para ir al baño, nos acercamos al típico canal con las casitas de colores de Copenhague para sacarnos una foto.
Durante el tour pasamos mucho frío y hasta Laura nos hace bromas sobre eso. Todo el grupo va bien abrigado menos nosotras. Que a la mañana, viendo un pequeño rayo de luz entrar por la ventana, nos hemos cambiado de ropa. ¡Error! ¡Grave error! Sobre todo cuando pega el viento. Ahí nos congelamos vivas.
Al acabar el tour, Laura nos comenta que La Sirenita está muy cerca y, a pesar de ser las dos del mediodía y tener hambre, no podemos perder la oportunidad de acercarnos.
Sabíamos que no era para tanto, que La Sirenita no era demasiado grande, pero no nos disgusta demasiado. El único problema es el de siempre; infinitas personas rodeando el lugar para sacar la mejor foto. Pero, como he comentado anteriormente, somos cabezonas y, hasta que nos conseguimos unas foto de las tres que nos gusta, no desistimos.
Cuando ya son casi las tres y nos morimos de hambre, decidimos darnos un paseo hasta el Mercado Torvehallerne. Es un largo paseo pero estamos dispuestas a cualquier cosa por aprovechar el día.
Por fin probamos algo de comida típica danesa y pedimos unos smørrebrøds. Básicamente se trata de una rebanada de pan negro con distintos ingredientes por encima, haciendo combinaciones muy variadas. Están ricos pero nos quedamos con ganas de dulce y nos cambiamos de puesto en el mercado.
Es el momento de gochear a niveles máximos y compartir tres cachos de tarta con unos buenos cafés. Está todo riquísimo y esta vez no me impide una araña disfrutar del momento. Nos relajamos bastante y aprovechamos para descansar un poco.
Cuando decidimos ponernos de nuevo en marcha, viendo la hora que es y que todos los sitios que nos han dicho en el free tour estarán ya cerrados, nos acercamos a la calle Strøget. Debe de ser la calle peatonal comercial más larga de toda Europa. Y nos cuentan en el tour que todas las tiendas que hay en esa calle son carísimas. Y efectivamente hay tiendas caras, pero también las hay baratas y para todos los públicos.
No podemos parar y, como todavía tenemos tiempo, decidimos irnos al barrio de Christiania. Pero ya que pilla el hotel de camino vamos a aprovechar y a ponernos un poco de ropa más abrigada. Está claro que hoy no hemos acertado.
Llevamos unos cuantos kilometros andados a lo largo del día, pero finalmente llegamos a Christiania, una especie de barrio libre parcialmente autogobernado por sus residentes. Es cierto que puede dar un poco de cosa entrar, pero durante todo el paseo que dimos no sentimos en ningún momento que no debíamos estar ahí. Hay gente de todo tipo y el ambiente es muy tranquilo. Con no hacer fotos en la zona donde están vendiendo droga como si te vendieran imanes de souvenir, todo está correcto.
De vuelta pasamos por la estación de tren para comprar los billetes a Bornholm del día siguiente y compramos algo de cena para llevar al hotel. No podemos más con nuestra vida. Nos hemos hecho más de 22 kilómetros andando en todo el día y soñamos con una ducha calentita y la cama.
Cuando salgo de la ducha encuentro a Jara y Noe mirándome con cara de circunstancia, debatiendo sobre un gran dilema; son incapaces de decidir entre un supermadrugón a las 8 de la mañana (lo cual no termino de entender) o directamente coger el tren del mediodía y perder el día entero. Al principio, pensando que están de broma, me río, pero no parece tener tanta gracia para ellas. Tras comentarlo entre las tres, ponemos los despertadores para despertarnos “súper” pronto.
Después de pegarnos el madrugón padre, salimos del Marriott dejando un par de maletas para cuando volvamos a Copenhague. Hemos decido meter en una maleta lo que necesitamos para un par de días en la isla de Bornholm y dejar el resto en el hotel. De esa manera vamos a cargar con mucho menos equipaje.
El viaje hasta la isla comienza con un tren de Copenhague hasta Malmo, de Malmo otro tren hasta Ystad y ahí, para terminar, cogemos un ferry hasta Rønne, la ciudad más importante de la isla. Todo el trayecto va a las mil maravillas y cumplimos con el horario previsto. Hasta que intentamos coger un autobús para ir hasta nuestro alojamiento.
Primero nos es imposible coger el autobús que tenemos delante de nuestras narices porque no tenemos efectivo para pagar el billete. ¡Y menos mal! Sale mucho más barato comprar una especie de bonobús de 10 viajes. Vamos hasta la gasolinera más cercana a comprarlo y volvemos a la zona de autobuses. Pero uno nos dice que el suyo no es, otro dice que saldrá en 4-5 minutos y en realidad quería decir que salía en 45 minutos y subimos en otro después de esperar a que llegara el conductor sin tener muy claro si nos lleva hasta donde queremos o no.
Por suerte, sí que terminamos llegando a Gudhjem después de una hora aproximadamente. No lo estamos pasando bien, hemos llegado a una isla en la que hay playas y estamos abrigadas a más no poder. Si tuviéramos más ropa nos la pondríamos.
En medio de nuestra depresión, al llegar al alojamiento descubrimos que los trabajadores son argentinos y nos alegran el día comentando el buen tiempo que ha hecho los días anteriores. Como si con eso fueran a conseguir que cambiase nuestra cara de seta. Aprovechamos para preguntarles y nos recomiendan hacer un pequeño paseo por la costa.
Si no fuera por el viento que hace no se estaría tan mal. Es verdad que la tarde va mejorando un poco y las nubes se van disipando. Pero hace frío. Frío de verdad. Al principio del viaje comentamos que agradeceríamos algo de fresco, ya que en Donosti estaba haciendo mucho calor. Pero tampoco queríamos el extremo opuesto. Ya no tiene gracia.
Nos merendamos una manzana de vuelta al alojamiento y nos vamos al hostal a cocinarnos algo rico de cena. Algo calentito que nos entre bien al cuerpo. Tranquilamente me cenaría una sopa calentita. En lugar de eso nos preparamos unos filetes de lomo con una salsa de nata, roquefort, champis y cebolla que nos sabe a gloria.
Ya solo queda meternos en las camas para liliputienses que tiene el hostal y rezar para que las nubes desaparezcan por la mañana. Eso sería algo fantástico.
Que bien os pasais sufriendo, frío comer escopeteadas y pensando en iros a descansar. Pero sois unas javatas. OS QUIERO MUCHO. GRACIAS POR COMPARTIR.
Cuidaros las cuatro, incluida MI NUEVA BIZNIETA…