Tras el éxito del maldito amigo invisible, vuelvo a descansar a pierna suelta. Pero es que encima hoy es día de cambiar de hotel y me vienen por delante 3 horas metida en una furgo en las que seguramente vaya medio dormida. Voy a poder recuperar parte de la energía consumida por el amigo invisible.
Aunque antes de abandonar El Nido, nos vamos a desayunar a Lio Beach y se viene Leire, la chica de Vera de la que os he hablado que conocimos en un tour. La zona de Lio Beach es muy pija y los locales tienen muy buena pinta, pero la hora a la que llegamos está prácticamente todo cerrado. Acabamos en la única opción que tenemos abierta y termino alucinando con el desayuno. Hace tiempo ya probé algo parecido, pero me sigue sorprendiendo. Me meto entre pecho y espalda un gofre con pollo que está de locura, de verdad.
Volvemos a El Nido a devolver las motos de alquiler, cogemos las mochilas y nos montamos en nuestra furgo camino a Puerto Princesa. Pero aquí se separa el grupo, ya que Juancar y yo tenemos un par de días más de viaje que el resto y vamos a quedarnos a medio camino, en Port Barton.
Antes de dividirnos, paramos en Roxas para comer algo todos juntos. Está a 10 minutos de San José, donde nos va a esperar un tuktuk para llevarnos hasta Port Barton. Tenemos miedo del tipo de tuktuk que va a aparecer, porque según estamos terminando de comer empieza a diluviar. Y media hora en un tuktuk mojándome no entraba en mis planes.
¡He ahí nuestro tuktuk! Con toda la pena del mundo nos despedimos pensando en si volveremos a encontrarnos algún día. Cuatro abrazos y unos cuantos “ha sido un placer” sirven para despedirnos y poner rumbo a Port Barton, sin ningún tipo de plan. Veremos que nos depara el destino y que tiene preparado para nosotros.
Nada más llegar dejamos nuestras cosas en el alojamiento, sacamos los chubasqueros y nos vamos a dar un paseo. Incluso nos llevamos un paraguas que nos ha dejado la simpática dueña del alojamiento. Pero enseguida para de llover y nos sobra todo. Empezamos paseando hacia el lado izquierdo de la playa y ya nos vamos dando cuenta de que esto no es como El Nido, es mucho más rural y mucho menos turístico.
Aprovechamos también para ir a comer algo, que lo de antes no ha sido muy de fundamento, y paramos en uno de los sitios que nos han recomendado nada más llegar al pueblo. Sin perder mucho tiempo ni alargarnos en la sobremesa, vamos a dejar el paraguas y el chubasquero en la habitación y vamos para el otro lado de la playa. Vamos a investigar esta otra zona. Aclarar que voy en chanclas, porque para mojar y manchar mis zapatillas prefiero ir en chanclas. Aunque, con el barro es complicado y es mucho más fácil andar descalza. Y no me importa nada mancharme los pies.
Ahora nos vamos hacia el otro lado de la playa, el derecho, con la esperanza de encontrar un sitio desde el que podamos ver el atardecer. Con tal mala suerte que al estar tan nublado no se ve prácticamente nada. Lo único bueno de ese momento es que mientras estamos ahí sentados se nos acercan tres niños con los que hacemos un poco el idiota. Aquí son muy confiados y no tienen problema en acercarse y jugar contigo. No nos entendemos mucho, pero nos echamos unas risas juntos.
El pueblo no nos da para más, así que toca volver para darnos una ducha. Además, contratamos el tour para el día siguiente con la dueña de nuestro hotel a muy buen precio y así ya estamos algo más tranquilos. Tenemos plan para el día siguiente.
Mientras descansamos un poco, aprovechamos para seguir decorando el cuaderno de Juancar, con chistes y chorradas varias que se me habían olvidado. Me alegra saber que le ha hecho tanta ilusión el regalo que aquí seguimos con el cuaderno a tope.
Salimos a cenar algo y, después de varios comentarios insistentes, acabamos acercándonos a la Full Moon Party. Hoy hay luna llena y parece que aquí van a celebrarlo. Después de haber vivido la Full Moon Party de Tailandia, que es como la más importante, no espero encontrarme nada estupendísimo, pero vamos a darle una oportunidad.
Al llegar nos hacen pagar una entrada, que lo único bueno que tiene es que puedes consumir ese dinero que has pagado. Vemos que en el centro hay un escenario y la gente se sienta alrededor de él esperando que ocurra algo. Pedimos unas cervezas y buscamos un sitio donde colocarnos para ver el espectáculo. Fuego, timbales y gente muy colgada (además de los turistas) se juntan para celebrar que hoy hay luna llena. No está mal, pero tampoco nos parece ninguna maravilla, por lo que según tomamos un par de cervezas cada uno, empezamos el camino de vuelta a casa.
Es de noche, no se ve nada, hay mucho barro y todavía no me he quitado las chanclas para andar descalza. Lo que podía ocurrir en cualquier momento ocurre justamente ahora. Me resbalo y caigo al suelo dándome un culazo importante y haciéndome una pequeña herida en el dedo. Nada relevante, simplemente unas risas para el recuerdo. Lo peor de todo es que si no fuera porque llevaba el móvil en la mano con la linterna puesta y al caer el móvil golpea con el suelo, Juancar ni se entera y sigue andando tan tranquilo. Me quito las chanclas y llego hasta casa descalza, que es mucho mejor y más seguro.
Por la mañana, tenemos el desayuno preparado en la terraza de la habitación. Está muy rico y aprovechamos para coger fuerzas para un nuevo día de Island Hopping (ir de isla en isla en barco).
Vienen a buscarnos al hotel a las 9 de la mañana y nos juntamos en la playa con otras cuatro personas que vienen en el mismo barco que nosotros, una pareja de Barcelona y dos hermanos franceses. Nosotros vamos contando que somos hermanos viajando juntos y a todo el mundo le parece genial. Así que seguimos a muerte con nuestra historia.
La primera parada la hacemos en Twin Reef, donde nos dejan hacer snorkel durante un buen rato. El coral y los peces son muy chulos, pero no vemos nada del otro mundo que no hayamos visto ya en El Nido. Lo único que vuelve a dejarme alucinando son las estrellas de mar, que son azules.
De ahí avanzamos hasta un punto en el que, si tenemos suerte, veremos alguna tortuga. Y, efectivamente, tenemos la gran suerte de encontrar una. Además, al ser muy poquitos en estos tours, no como en El Nido, podemos estar tranquilos viéndola o sacándonos fotos. Aunque, tampoco deberíamos molestarla mucho a la pobre.
Para la comida, nos paramos en Exotic Island, donde nos piden tiempo para poder prepararlo todo. Aprovechamos para hacer algo más de snorkel, donde ya vamos notando que hoy sí que estamos nadando bastante y vamos estando cansado. Pero con la comida que nos preparan recuperamos energía y puede que sea de las mejores que nos han dado estos días en los tours. ¡Lo disfrutamos como niños!
Llenísimos hasta arriba, porque encima solo éramos 6 personas haciendo el tour y toda la comida era para nosotros, pasamos a Maxima Island. Una pequeña playa en la que tenemos varias opciones: bañarnos o relajarnos en la playa, hacer algo de snorkel o caminar hasta un mirador. Para ser sinceros, no me apetece hacer nada, estoy demasiado relajada y no tengo fuerzas más que para ir hasta la orilla y quedarme ahí tirada un buen rato. Pero tiene su explicación: el barco tiene en los laterales unas hamacas (que no había visto ninguna así en los demás barcos) y cada trayecto que hacemos en barco me tumbo ahí y me quedo medio dormida. Además, el snorkel ha sido bastante cansado y estoy en modo descanso.
Casi terminando, pasamos por Fantastic Reef donde volvemos a hacer snorkel. Obviamente, bajamos, hacemos snorkel, alucinamos con el coral y nos flipan los pececillos, sobre todo los que son azules pequeñitos. Pero el tiempo tampoco ayuda. Si estuviera algo más soleado se vería mucho mejor.
Cuando pensábamos que ya volvíamos a tierra, nos paran en una pequeña lengua de arena llamada Srarfish Sandbar. De verdad que es muy pequeña y, aunque somos muy pocos, tampoco entramos todos como para estar superrelajados por allí. Eso es todo lo que puedo ver cuando abro el rabillo del ojo para valorar qué hacer. Sigo bastante dormida y… No, perdón, voy a corregir la frase: sigo totalmente dormida y no hay quien me mueva de la hamaca.
De vuelta en Port Barton pasamos por nuestra habitación a descansar un rato (y decorar el cuaderno) y después salimos a comer algo. Nos metemos un plato de pasta enorme y nos vamos a tomar algo mientras echamos unas partidas a la jenga. Después de un buen rato machacando a Juancar a la jenga, descargamos una aplicación con minijuegos para jugar entre dos personas, en la que también acabo ganando. Aunque esta vez por los pelos. Hoy también volvemos pronto y dormimos unas cuantas horas.
Nuestro último día en Port Barton consiste en aprovechar la mañana alquilando una moto y visitando un par de playas antes de irnos en bus a Puerto Princesa. Desayunamos de nuevo en nuestra terraza del hotel, ya que tenemos el desayuno incluido y cuando estamos listo dejamos las maletas en la entrada y cogemos la moto que hemos alquilado.
Nada más abrir la moto para dejar las mochilas debajo del asiento, vemos que hay una GoPro que alguien se ha dejado olvidada. No vamos a ser malas personas y ahí seguirá cuando dejemos la moto, pero a alguien le va a poner muy nervioso el tema cuando se dé cuenta.
Empezamos acercándonos a Pamuayan Beach. Está a unos 15 minutos de nuestro hotel y esperando que la carretera no sea demasiado mala salimos en nuestra moto. Tenemos suerte, ya que hasta el último tramo no se complica. Solo que decidimos dejar la moto donde vemos un hueco casi llegando a la playa y terminamos el último cacho andando.
No hay nadie. La playa es para nosotros. Pero no es una playa como para bañarse. Está chula para dar un paseo y listo. Eso sí, cuando queremos volver hacia la moto, nos damos cuenta de la suerte que tenemos de estar solos, porque vamos siguiendo las huellas que hemos dejado al llegar. ¡Menos mal!
Volvemos a coger la moto para irnos hacia otras dos playas. La primera la de Coconut Beach donde nos han contado que hay cerdos en la misma playa. Solo que de camino se nos antoja un café y paramos en el primer sitio que vemos medio decente.
Puede que en la foto se vea un café superideal, pero lo que nos costó pedirlo no fue normal. La chica que nos atendía no parecía entendernos mucho, pero es que encima la dueña (creemos que era ella) le tuvo que ayudar a preparar los cafés. Suponemos que está aprendiendo, pero es que no entendía ni lo que queríamos pedir.
Cuando estamos tranquilamente tomando nuestro café, aparece una chica preguntando por la GoPro muy agobiada. Le decimos que esté tranquila y que se la damos enseguida. Casualmente, es la mujer de nuestro guía del tour de ayer, y es suya la GoPro. Nos da millones de gracias y se va encantada de la vida.
Nosotros ya podemos seguir con nuestro camino. Bueno… Seguimos todo lo que nos permite la moto y la carretera, que no ayuda ni lo uno ni lo otro. En una de las cuestas más empinadas, me bajo de la moto para que pueda subir Juancar más fácilmente y acaba cayéndose con moto incluida. ¡Qué mierda es esta! Hemos alquilado una moto y ni siquiera podemos usarla.
Lo único que tenemos claro es que no queremos tener más sustos con la moto. Por lo que a mitad de cuesta la aparcamos y ahí se queda. No nos la vamos a jugar. Dejamos todo ahí y vamos con un móvil y las llaves de la moto caminando 20 minutos hasta Coconut Beach.
En la entrada de la playa hay un cartel en el que pone que hay que pagar, pero como no hay nadie por allí pasamos por debajo de la playa y empezamos a pasear por esa estupenda playa.
Sorprendentemente, de una esquina sale una mujer diciendo que no hemos pagado. Es cierto. Pero, si solo llevamos el móvil y las llaves de la moto… ¿Cómo hacemos para pagarle a esta mujer? Le lloramos un poco diciendo que tenemos todo en la moto y que iremos a buscarlo y traerle el dinero de vuelta.
Nos da mucho apuro quedarnos allí sabiendo que no vamos a hacer 20 minutos hasta la moto y otros 20 minutos de vuelta para pagarle. Nos va a quedar pendiente visitar la White Beach que está seguida a esta. Pero tampoco el tiempo acompaña mucho. Al final decidimos darnos la vuelta y si eso bañarnos en Port Barton. No sin antes visitar a los cerdos que tiene la chica en la playa. Son monísimos y hay un montón.
Empezamos el camino de vuelta en busca de nuestra moto, pensando en cómo vamos a hacer para llevar la moto de vuelta a Port Barton. Pero, de repente, empiezan a caer unas gotas y desde una chabola en el monte un hombre nos invita a resguardarnos en su casa. Como si se lo hubiera olido, empieza de repente a caer mares de agua del cielo. Con lo que agradecemos infinito poder estar a resguardo su casa.
Nos ofrece algo de café y aceptamos sin dudarlo. Tenemos dudas sobre el tipo de enfermedades que podríamos coger bebiendo de este café. Simplemente con fijarse un poco en la taza de la que estamos bebiendo cualquiera se daría cuenta de que no es buena idea. Pero estamos fluyendo. Incluso nos invita a subir a visitar a sus cerdos. Son adorables y todos quieren que los acariciemos. ¡Qué locura!
De vuelta recogemos la moto de la maldita cuesta, la empujamos entre los dos sin arrancarla y procuramos hacer el camino de vuelta lo más tranquilo posible. De hecho, ya no queremos saber nada de la moto y la dejamos en la puerta del hotel para irnos tranquilos a la playa. Al final hemos pagado la moto para hacer todo andando. Cosas que pasan…
Nos sentamos en la playa un rato, hasta que vuelven a caer cuatro gotas y decidimos irnos a comer algo. No vamos muy lejos, ya que al lado hay un restaurante y no tenemos ganas de movernos muchos. Como no tenemos prisa, aprovechamos para alargar la sobremesa todo lo que podemos y así nos terminamos contando media vida.
De vuelta al hotel, la simpática dueña nos deja una habitación para poder darnos una ducha y así hacer muestro viaje hasta Puerto Princesa mucho más ameno. Solo que, como vamos con tiempo, nos quedamos casi una hora hablando con ella y el que suponemos que es su marido. ¡Son unas bellísimas personas!
Con nuestras mochilas a cuestas, vamos hasta la terminal de autobuses. Bueno, en realidad son furgonetas. Esperamos a que salga la nuestra y por suerte solo vamos cuatro personas, nosotros dos y otras dos chicas. ¡Qué suerte tenemos! Vamos anchos, relajados y casi dormidos cuando de repente, llevando solamente una hora de viaje, la furgoneta se para, abre la puerta y se suben otras tres chicas más. Es ahora cuando sí que vamos con el espacio justo y bastante incómodos.
Aunque el momentazo en la furgo no puede ser otro más que cuando paramos a echar gasolina y el chofer se olvida de poner el freno de mano. La furgoneta empieza a irse poco a poco sola hacia atrás y ni la copiloto ni la chica que iba detrás del chofer con capaces de poner el freno de mano. Al final solo fue un susto, ya que el hombre viene corriendo y para la furgoneta en seco. A decir verdad yo estaba tranquila porque desde la parte de atrás de la furgo no me estaba enterando de nada.
Haciendo un repaso del día completo, nos damos cuenta de que hemos pagado lo mismo por un tuktuk de San Jose a Port Barton el día que llegamos (30 minutos), la furgo de Port Barton a Puerto Princesa (3 horas), la noche del hotel de Puerto Princesa y la cena de Puerto Princesa. ¿Cómo puede costar todo lo mismo?
Encima el hotel es bastante terrible, pero para pasar una noche y huir de allí está bien de precio. El único momento tenso es cuando nos acostamos y escuchamos un animal (desconocemos qué podía ser) rascando muy fuerte las paredes. Lo mejor es cerrar los ojos y dormir. Mañana será otro día.
Nos despertamos muy pronto, pero aguantamos un poco retozando en la cama, ya que tenemos un día entero y no tenemos mucha opción en Puerto Princesa. Desayunamos en el hotel y salimos con la intención de patear todo lo que podamos. Puesto que tenemos tiempo, no hay problema en hacer largos trayectos andando.
Desde el hotel caminamos toda la recta que lleva hasta la catedral. Entramos dentro por curiosidad y porque hace muchísimo calor. Además, se nos ha olvidado darnos crema. Antes de decidir por dónde seguir dando una vuelta, se nos ocurre la fantástica idea de pedirnos un batido en el sitio que peor pinta puede tener desde fuera. Pero ya estamos totalmente integrados en la cultura y nos la jugamos.
Resultado: puede que este sea el peor batido que me he tomado en toda mi vida. Lo peor es que la mujer está tan encantada de la vida, que nos pide sacarnos unas fotos con su puesto de batidos para hacer promoción de su negocio. Sonreímos como si todo fuera ideal, salimos de allí con nuestros batidos, paseamos un poco más haciendo amago de beber y los acabamos tirando. De verdad que no sabemos qué llevan, pero no están nada buenos.
En ese momento en que no sabemos ni qué hacer con nuestras vidas, decidimos seguir paseando, pero nos decantamos por el lado equivocado sin todavía ser conscientes de ello. Esto nos pasa por no mirar el mapa ni preguntar hacia dónde podemos ir. Así que con la intención de ver el mar, vamos cruzando callejones cada vez más estrechos (tipo favelas) hasta darnos cuenta de que vamos en la dirección equivocada. Sí que nos damos cuenta de que la gente nos mira demasiado, pero nos está pasando en todas partes en general. Solo que estos igual hacía mucho que no veían un turista merodeando por sus casas.
No hay más remedio que terminar preguntando. Efectivamente, teníamos que haber ido para el otro lado. Solo que ya llevamos como hora y media andando, estamos cansados y tenemos mucho calor. Así que paramos un tuktuk y le pedimos que nos lleve al Baywalk, que entendemos que será el paseo marítimo.
Al llegar al Baywalk vemos que están preparando todo para el Ironman (triatlón) en Puerto Princesa, que es este domingo. Estamos a viernes y como en cualquier parte del mundo, siempre acaban apurando los preparativos al máximo y todavía parece que está bastante verde el tema. Confiamos en que vayan a llegar a tiempo.
Ahora, en lugar de tomar decisiones a lo loco, vamos a pensar mejor dónde tomarnos algo refrescante. Echamos un ojo a la zona y decidimos tomarnos una limonada casera fresquita. Y está realmente buena. ¡Qué suerte! Que con el calor que estamos pasando nos sienta de maravilla. De verdad que hoy está siendo bastante extremo el calor. Puede ser que haga mucho calor o que estemos echando en falta darnos un baño en la playa.
Son las 12:30 de la mañana y poca cosa más tenemos para hacer. Reflexionando un poco, nos acercamos a la zona de tiendas para ver si entramos en alguna y tienen el aire acondicionado puesto. Nos recorremos un supermercado enorme de arriba a abajo solo por disfrutar del fresco que hace dentro.
Fuera de ese supermercado encontramos un mercado callejero. Siempre hace ilusión pasear por uno de esos mercados, con tanto encanto. Sumergirse en la cultura local y ver qué venden y cómo lo tienen todo montado. Pero es empezar a caminar por el mercado cuando los olores se van haciendo cada vez más fuertes e insoportables. Terminamos corriendo para salir de allí, ya que estamos al borde de echar todo el desayuno.
Como si de una aparición se tratase, tenemos frente a nosotros un centro comercial (esto me recuerda a Manila). No lo dudamos y nos recorremos el centro comercial de arriba a abajo viendo las opciones que tenemos para picar algo y cotilleando las tiendas. Acabamos en un bar tomando lechón, unos torreznos de toda la vida, a modo de aperitivo.
Saliendo del centro comercial, al ir a tomar la calle principal que lleva hasta nuestro hotel, vemos que están desfilando varios grupos. Algo ya intuíamos durante el día, ya que veíamos carteles, pero cuando preguntábamos a la gente no sabían respondernos ni qué había ni a qué hora.
No entendemos el sistema del desfile, por el hecho de que al principio pensábamos que todo eran estudiantes de colegios, pero ahí desfila todo el que quiere y como le da la gana. Así que no le encontramos el sentido. El caso es que está muy entretenido y se nos pasa el tiempo volando.
Nos da la hora de ir a comer algo, paramos justo antes de llegar al hotel y después de la comida aprovechamos que tenemos tiempo y nos tomamos un café con toda la calma, alargando la sobremesa al máximo. Eso sí, es pedir la cuenta y empezar a llover. Para no romper la dinámica del viaje.
Llegamos corriendo al hotel para no mojarnos demasiado, recogemos todas nuestras cosas y nos vamos directos al aeropuerto. No queda nada para que nuestros caminos se separen y yo empiece una nueva aventura. Me da pena, estoy nerviosa y tengo muchas ganas.
En el aeropuerto es todo muy confuso. Llegamos con tiempo, pasamos los controles, con algún que otro imprevisto, y esperamos frente a la puerta por la que hemos de embarcar. Pero 5 minutos antes de salir el vuelo vienen a decirnos que salgamos fuera y vayamos a la ventanilla del check-in. No somos capaces de entender a la azafata lo que intenta explicar y yo ya me voy poniendo cada vez más nerviosa. Si cancelan el vuelo no llego a coger mi siguiente vuelo para Indonesia.
Salimos de la zona de embarque, agradeciendo que el aeropuerto sea minúsculo, y esperamos nuestro turno para entender de una vez lo que está pasando. Nos van a reubicar a todos en el siguiente vuelo, pero me pregunto yo: ¿no era más fácil hacer todo esto media hora antes?
Mi angustia cesa, recogemos nuestras nuevas tarjetas de embarque y volvemos al mismo sitio en el que estábamos esperando antes. Por suerte este segundo vuelo sí sale en hora y llegamos a Manila con tiempo. Incluso me da tiempo a acercarme al hotel que ha reservado Juancar para esta noche, darme una ducha y volver al aeropuerto.
Para el que no se haya dado cuenta, mi noche consiste en ir de avión en avión sin pisar una cama y llegar por la mañana a Indonesia como si estuviera descansadísima y preparada para otras dos semanas y media de no parar. No dormiré en una cama, pero tener la opción de ducharme me da la vida. Cuando ya estoy lista y después de haber descansado un poco, me despido de Juancar y se separan los últimos que quedamos del grupo de Filipinas. Sigo muy nerviosa y con ganas de ver qué me depara el futuro. Pero viendo que hasta ahora solo me he encontrado con gente auténtica, no dudo de que Indonesia promete. ¡Vamos!