Tras despedirme de Filipinas, subo en mi vuelo camino a Indonesia, para llegar al aeropuerto de Denpasar. Ahí voy a juntarme con Flor, una argentina que también está viajando sola y nos pareció genial unirnos y compartir gastos, además de experiencias, risas y aventuras. Tenemos otra compañera más de viaje, pero nos juntamos con ella más adelante en otro sitio.
Al llegar al aeropuerto de Denpasar, empiezo pasito a pasito a hacer mis deberes: cambiar euros por rupias indonesias, desayunar y conseguir una tarjeta para el móvil. Nada de todo eso me lleva mucho rato, así que me siento tranquilamente a tomar un café y ver si me despejo un poco de esta noche tan larga.
Busco la terminal de vuelos domésticos, y no la de internacionales, ya que Flor ya estaba en Indonesia desde hace unos días y su vuelo es interno. Encuentro la zona por la que va a salir y me siento a esperarla. En cuanto aterriza su vuelo me escribe, pero tardamos un poco en juntarnos, ya que su maleta tarda en salir.
¡Ya somos dos! ¡Vamos en busca de la tercera integrante del grupo! Que la encontraremos en Sanur. Para llegar hasta allí lo mejor es usar la aplicación de Grab (tipo Uber), pero por lo que sea nos cuesta encontrar a nuestro chofer, incluso mensajeándonos con él. Llego a ignorar a un policía que pretendía ayudarnos pensando que era un taxista pesado. Me doy cuenta de la situación cuando veo que estamos en la entrada del cuartel policial. ¡Vaya! ¡Cosas que pasan!
Finalmente, tras muchos mensajes, ubicaciones y fotografías varias, conseguimos encontrar el coche y subirnos a él. Algo que no sabía y me ha pillado de sorpresa es que conducen por la izquierda. ¡Sorpresa!
Le pedimos que nos deje en algún sitio de Sanur donde podamos comprar los tickets del barco que nos lleva a Nusa Penida. Nuestra tercera compañera de viaje, Napo, está en el puerto. Así que no le hacemos venir, ya que podemos comprar los tres tickets nosotras y después acercarnos al puerto.
Nos juntamos las tres en el puerto y teniendo ya el Equipo Bali al completo, nos tomamos unas aguas de coco y nos damos cuenta de la de cosas que tenemos para contarnos estos días. Me ha pasado lo mismo en Filipinas, y es que tengo la sensación de que me estoy encontrando gente en este viaje con historias muy potentes, interesantes y supervaliosas.
El equipazo está listo para emprender un viaje juntas y a la hora indicada vamos a coger el barco que nos lleva al paraíso, a Nusa Penida. El trayecto es muy cortito y se agradece mucho, ya que no queremos marearnos demasiado.
Al llegar al puerto de Nusa Penida, hay millones de taxistas agobiando a todos los turistas que llegan. Salimos del tumulto y buscamos a alguien que nos lleve hasta el hotel que hemos reservado hace una hora aproximadamente. En 10 minutos llegamos y… ¿Qué es esto? El hotel da miedo, sobre todo lo mal cuidado que está. No tiene absolutamente nada que ver con las fotos de Booking y nos llevamos una gran desilusión.

(Sé que en la foto no se ve tan terrible, pero lo peor estaba dentro.)
Claramente, no se ha llevado un mantenimiento del sitio, entendemos la dura situación por la que habrán pasado durante el COVID y no queremos hacernos las señoritas. Pero de verdad que la habitación está sucia y sobre todo el baño. Así es imposible quedarnos ahí. Lo peor es cuando, antes de salir a comer algo, se nos ocurre darnos un baño en la piscina. No es que tenga mala pinta a priori, pero cuando nos acercamos tenemos serias dudas de si sería buena idea bañarnos.
Somos chicas valientes y acabamos dándonos un chapuzón, nos damos unas duchas y decidimos salir a tomar algo. No hay nada que no arregle un bar junto a la playa. Además, no hemos comido nada y estamos que mordemos. Buscamos un sitio chulo para tomarnos nuestra primera cerveza juntas acompañada de algo de picoteo. Este momento compensa el terrible hotel que hemos reservado.
Decidimos escribir una reclamación en Booking, puesto que hemos reservado dos noches y solo queremos pasar la primera. Después ya buscaremos otra cosa. Solo que nuestra reserva no tiene opción de cancelación y vamos a pelearnos, el no tener que pagar la segunda noche. Por si alguien lo había pensado, confirmo que reservamos un hotel muy barato. Y este es el resultado.
Pero todavía tenemos algo de hambre y nos movemos a otro bar que está también junto a la playa. Pedimos algo para cenar y aprovechamos para preguntarle al camarero por algún taxista que pueda llevarnos los dos próximos días a visitar la isla. Aquí todos son muy amables y serviciales y enseguida avisa a un conocido suyo para que venga a negociar el precio de los tours. Aparece un hombre, que a primera vista nos parece que está medio borracho (más tarde nos dimos cuenta de que el único problema es su terrible inglés) y terminamos cerrando un buen precio para estos días.
Encantadas de la vida, felices y contentas, volvemos caminando hasta el hotel. Ha sido un día muy intenso, han pasado muchas cosas y solamente son las 9 de la noche. Pero os recuerdo que llevo una noche sin dormir, de avión en avión, y caigo muerta hasta las 7:30 de la mañana. ¡Una locura! Pero lo necesitaba.
Nada más amanecer, recogemos todas nuestras cosas y antes de salir del hotel, nos piden disculpas por los inconvenientes y nos hacen pagar solamente una noche. Nos dan muchísima pena, de verdad. Sobre todo el chico que nos atiende, porque aparte de ser muy joven, parece un amor de persona. Pero no podemos pasar otra noche ahí. Ya encontraremos algo mejor para la segunda noche, de momento no vamos a preocuparnos por eso. Tenemos todo el día por delante y la isla no es tan grande.
A la entrada del hotel ahí está nuestro taxista, Karma, esperándonos. Hoy vamos a hacer el tour West Coast de Nusa Penida. No hemos mirado mucho lo que vamos a visitar, pero vamos a dejarnos llevar y disfrutar de lo que venga. Antes de empezar dejamos algo de ropa en una lavandería cercana y salimos con ganas de sol y playa.
El primer sitio a visitar es Broken Beach, a la que tardamos una hora en coche en llegar. No es que sean muchos kilómetros (la isla es pequeña) pero la carretera no nos lo pone fácil. Nada más llegar nos damos cuenta de que no hemos mirado nada lo que teníamos para ver en esta isla y que no tenemos ni idea de dónde estamos.
Para empezar, nos llevan a un mirador en el que podemos ver cómo, estando la marea baja, hay una especie de piscina natural que limita con el mar. Está curioso y es bonito, pero hay demasiada gente. Nos animamos a bajar y meter los pies en el agua. Es complicado caminar por ahí, ya que son todo piedras y musgo, tiene pinta de ser muy resbaladizo y vamos descalzas.
Antes de irnos, como hace mucho calor y no queremos morir en el intento, paramos a tomarnos unos zumos naturales de frutas. Nos dan la vida para poder seguir con la ruta de hoy. De ahí nos acercamos a la Broken Beach. Dice llamarse playa, pero está prohibido bañarse ahí. Está metida entre los acantilados que recorren toda la costa de esta isla. Para llegar hasta ella en barco, se tendría que pasar por una cueva bastante amplia. Como he dicho, no hay nadie allí abajo. Solamente podemos observarla desde arriba. ¿Cómo puede ser que estemos en una isla, vayamos a una playa y encima no podamos bañarnos?
Solamente nos queda una parada más, pero no hemos comido nada y tenemos mucha hambre. Es pronto pero decimos pedirle a Karma que nos pare en algún sitio en el que podamos comer algo.
Comemos algo, recobro las energías y cuando, de repente, entro en “modo Emma” no hay quien me pare. Y en un momento en el que casualmente decido hacer un movimiento brusco de brazo (no recuerdo la razón) pasa un camarero a mi lado con una bandeja llena de bebidas que… Sí, acaba todo en el suelo por mi culpa. Lo peor de todo es que no paran de pedir disculpas, cuando claramente he sido yo la que ha provocado todo. Rápidamente nos vamos a pagar y salimos de allí corriendo.
La segunda y última parada del día es la Kelingking Beach. No hay palabras para describir la sensación vivida al llegar a este sitio. Ese paisaje soñado, visto en fotografías o en Instagram… Se me va a quedar grabada la sensación al verlo. ¡Algo inolvidable!
Pocos son los que se animan a bajar hasta la playa, ya que nos separan unas cuantas escaleras de nuestro objetivo. Pero… ¿Cuándo vamos a volver a estar ahí? Entre el calor y las ganas que tenemos de bañarnos, no lo pensamos demasiado y empezamos la caminata escaleras abajo. Intento no visualizar lo sufrida que será la vuelta. Y casi no puedo ni hacerlo, ya que debo prestar atención al camino. Si no miro bien por dónde piso puedo llegar rodando hasta la playa.
Cualquier sacrificio sería justificado con tal de bañarse en esa playa. Solamente me hubiera gustado saber que el baño no iba a ser muy placentero dado el riesgo que hay. Las olas tienen demasiada fuerza y no dejan que puedas bañarte relajadamente. ¿Para eso he bajado yo hasta aquí?
No podemos hacer más que rebozarnos un poco en la orilla. Y literal que salimos rebozadas de allí porque no hay manera de entrar al agua y limpiarse la arena. Es muy peligroso y no vamos a ser unas insensatas. No nos queda nada más que comprar agua al único hombre que vende agua allí abajo (por lo que pagamos lo que nos pide sin rechistar) y empezar poco a poco a hacer el camino de vuelta a lo alto.
Como de costumbre, mi negatividad juega con mi mente y me hace cree que no podré subir todas esas escaleras. Escaleras que ya he comentado que son complicadas, empinadas y algunas inexistentes. Pero la subida siempre es mucho más fácil que la bajada y lo que nos han dicho que tardaríamos 40/45 minutos, lo hacemos en media hora. Eso sí, sudando como pollos. Llegamos a lo alto con una deshidratación importante. ¡Pero lo conseguimos!
Nada más llegar arriba, vemos que hay varios monos rondando la zona. Son muy graciosos y lo primero que hacemos es empezar a sacar videos y fotos a todo mono viviente que hay por allí. Eso sin despistarnos, porque en un momento se me acerca uno de ellos y consigo esquivarlo de milagro. Tiene pinta de que venía directo a por mi móvil. Estos monos no son de fiar, eso ya os lo digo yo.
Esquivando y escapando de los monos, llegamos hasta el coche donde nos espera nuestro maravilloso chofer, Karma. Hemos hecho una reserva en un restaurante para ver el atardecer y tenemos algo de prisa por ducharnos e irnos para allí. No tenemos mucho tiempo y la carretera no ayuda. Karma nos deja en la puerta del hotel y tenemos que darnos la ducha volando. Le pedimos que nos espere un poco y que nos lleve hasta ese restaurante tan ideal.
No lo he comentado, pero durante la comida aprovechamos para reservar otro hotel. Tiene mejor pinta, pero no nos fiamos y solamente vamos a reservar una noche. Ya veremos después si queremos alargarlo. Y puedo decir que era un lujo de hotel, estaba de maravilla y las camas eran enormes. ¡Ahora sí que hemos elegido bien! También hemos pagado más, pero merece la pena.
Volviendo a nuestro plan de ver el atardecer, hemos de confesar que no lo teníamos demasiado trabajado, ya que al pasar por el hotel a darnos unas duchas, se nos hace tarde y no llegamos a ver el atardecer. Sobre todo porque no sabíamos que el camino era largo y complicado. Merecía la pena habernos dado más prisa o, simplemente, venir sin ducharnos. Hay una piscina en la que podríamos habernos limpiado la arena de la playa…
Aún y todo el sitio es como para disfrutarlo de cualquier manera. Está preciosamente iluminado y hay un ambiente muy tranquilo. Pedimos algo de cena y después decidimos movernos a unas hamacas junto a la piscina para tomarnos la última cerveza.
Aunque dejarnos una hamaca a estas horas tiene mucho peligro. Cualquiera podría dormirse en cualquier momento y todavía tenemos que hacer el camino de vuelta. Que no os creáis que nos dieron allí las mil, para las 10 estamos de vuelta en el hotel y para y media todas estamos roncando. Eso sí, estamos descansando estos días como nunca.
Hoy toca hacer el tour de la East Coast de Nusa Penida. Para empezar como se merece el día, empezamos con unos ricos pancakes incluidos en el desayuno de nuestro nuevo hotel. Además, van acompañados de unos cafés servidos en unas tazas monísimas.
Al llegar las 9 no hacemos más que mirar a ver si ya ha llegado Karma para recogernos, pero es extraño, ya que no está puntual como ayer. Además, ya le dimos un adelanto del pago de este segundo tour. Confiamos plenamente en que vaya a venir, pero… ¿Dónde se ha metido? Con el cariño que le habíamos cogido…
Cuando aparece se le ve realmente preocupado y no consigo entenderle muy bien lo que quiere decirme. Solo quiero explicarle que no pasa nada, que no tenemos prisa. Pero mi cara cuando abre la puerta del coche y veo que ha pasado por la lavandería a recogernos la ropa es un auténtico cuadro. ¿Cómo se puede ser tan simpático? Sin avisarnos, ha decidido hacernos el favor y traernos nuestra ropa. Vaya lujo de taxista tenemos. Pero es que además, según nos sentamos en el coche, nos dice que nos ha comprado unos botellines de agua. ¡Qué majo!
Encantadas de la vida y del chofer que tenemos, vamos directas hacia Diamond Beach. Aunque antes de ir para la playa, hacemos una parada para ver la Tree House desde donde se pueden ver unas vistas espectaculares de la playa desde arriba. Básicamente en un sitio montado para sacarte todo el dinero que puedan mientras postureas a niveles infinitos. Dependiendo de dónde quieras sacarte la foto tienes que pagar una cantidad u otra. O como nosotras, que no pagamos nada y nos sacamos simplemente foto con las vistas. Son fotos más normalitas, pero tampoco somos famosas instagramers y no tenemos tiempo para perder en colas infinitas solamente por una foto.
Hace muchísimo calor y cada vez cuesta más hacer el camino de vuelta al coche. Un montón de escaleras que hemos ido bajando alegremente nos separan de nuestro coche y ahora tenemos que subir si queremos salir de allí. Estamos sudando como pollos, por todas las partes del cuerpo que a uno se le puedan ocurrir. ¡Terrible! Aunque no es nada que no pueda solucionar un zumo de fruta fresquito. Así que antes de subirnos de nuevo al coche, nos sentamos en una terraza a disfrutar del zumo. Además, hoy todavía no hemos tomado nuestra ración de fruta necesaria.
Ahora sí que toca llegar hasta la Diamond Beach. Como toca hacer en todos estos sitios, nos cobran por poder pasar a la playa. Pero las vistas lo merecen. Creo que no he visto nada parecido en mi vida. El color del agua, los acantilados, las escaleras… De nuevo se presentan unas escaleras bastante empinadas que nos separan de disfrutar de esa preciosa playa. Ahora ya sabemos que es bastante peligroso bañarse ahí, por lo que nos planteamos bajar unas pocas escaleras, sacar una foto chula y volver a subir solo ese cacho.
A mitad de escaleras, del calor que hace, decidimos que para lo que nos queda, bajamos hasta el final y ya veremos cómo subimos. Esto básicamente lo decidimos porque no nos parece tan alto como lo que hicimos ayer y porque las escaleras no parecen tan horribles.
Las fotos que hacemos a medio camino son espectaculares. Casi tanto como el final del camino para llegar a la playa. También espectacular. Pero espectacular de empinado. Escaleras prácticamente deshechas y varias cuerdas para bajar haciendo algo parecido a la escalada.
Sin miedo a nada, terminamos el camino que nos separa de darnos un “baño” en esa playa tan paradisiaca. Y digo “baño” porque las olas que pegan tienen tanta fuerza que no hay manera de entrar. Y si consiguiéramos entrar, no sé si seriamos capaces de salir. Nos conformamos con remojarnos como podemos en la orilla y de esa manera recuperar la temperatura normal del cuerpo.
Después de descansar un poco y valorar que el tiempo que llevamos en la playa compensa el tiempo que perdemos en subir y bajar, tomamos una de esas miles decisiones malas que no deberíamos haber tomado. Se nos ocurre la fantástica idea de acercarnos a una roca, en la que poder sentarnos, meter los pies en el agua cuando suba una ola y así ponernos las zapatillas con los pies limpios. Con tal buena suerte de que la primera ola que viene, es tan fuerte que nos mojamos casi hasta la rodilla. Nos reímos y seguimos con nuestro claro objetivo. Solo que la segunda ola viene todavía más fuerte, nos moja enteras y mojamos todas las zapatillas. ¡Un desastre! Eso sí, no tenemos nada de arena en los pies. Nuestro objetivo está cumplido.
La subida es dura, eso no vamos a negarlo. Pero siempre es más fácil subir que bajar. Nuestro problema ahora mismo no es tener que escalar por una cuerda, sino el calor. Por la hora que es, el sol está pegando muy fuerte y casi no tenemos agua. En cuanto llegamos moribundas a la entrada de la playa, nos pedimos unos botellines fresquitos de agua para rehidratarnos.
Necesitamos seguir hidratándonos y además meter algo de comida en el cuerpo. Nuestro chofer, Karma, nos lleva a un restaurante muy cercano y con el hambre que tenemos no lo pensamos demasiado y no acertamos con la comida. Ando probando cosas nuevas, y tanto Napo como Flor se animan a pedir lo mismo que se me ha antojado. Solo hay un inconveniente: es superpicante. Yo me lo como sin problema (obviamente me pica), pero me siento fatal por mis compis, que están sufriendo de verdad.
Acabamos pidiendo alguna cosa más, para quitar el mal sabor de boca del otro plato, antes de empezar el camino de vuelta al hotel. La tarde de hoy la vamos a aprovechar en la piscina del hotel. Aunque antes necesitamos sacar dinero en algún cajero y comprar fruta para merendar en la piscina. ¡Mucha fruta!
Con todos los recados hechos, nos damos un chapuzón en la piscina, hacemos unas cuantas fotos y nos pedimos unas cervezas para acompañar la fruta. Hemos comprado uvas, mangos y dragon fruits. No nos vamos a comer todo esta misma tarde, pero no importa, ya que aprovecharemos lo que sobre para el desayuno. Tenemos el hotel y la piscina para nosotras solas y de esa manera todo nos sabe mejor. ¡Qué rico todo!
Descansamos, nos damos unas duchas y tras un buen rato decidimos acercarnos a la zona de bares junto a la playa. Como hemos cambiado de hotel estamos algo peor ubicadas y más alejadas de los sitios que teníamos fichados. Además, se nos ha hecho de noche, no vemos nada y escuchamos demasiados animales y bichos desconocidos. Ponemos la linterna y al final encontramos un restaurante en el que tomar algo junto a la playa.
Mientras cenamos empezamos a desmenuzar nuestras vidas y a contar todas nuestras aventuras vividas en el pasado. Esas que nos han llevado hasta donde estamos ahora, viajando juntas. Siento que llevo mucho tiempo junto a Napo y Flor y, en realidad, llevo dos días y medio. Esto de viajar con amigas que acabas de conocer se hace muy intenso, pero a la vez muy interesante.
Volvemos al hotel de nuevo atravesando la oscuridad máxima. Yo no tengo problema con los ruidos lejanos (o incluso cercanos) de animales que no puedo ni imaginarme. Mi problema real son los perros. Cuando pasas por delante de ellos se ponen en modo “defendo mi territorio” y me dan bastante miedo. Siempre me viene a la cabeza la típica frase de “que no te huelan el miedo”, pero la sensación de pánico es incontrolable.
Sanas y salvas llegamos hasta nuestra mega habitación y caemos muertas en nuestras enormes camas. Estamos llevando un horario bastante británico a decir verdad. O será que estamos hechas unas abuelas a estas alturas del viaje. ¡Quién sabe!